viernes, 21 de abril de 2017

COMO AYUDAR A LA MADRE TIERRA III

Así como existen artistas que se definen por un estilo propio, también existen ciudades que se definen por la prevalencia de un árbol en especial. En Venezuela tenemos un estado llanero donde abunda en tal desproporción el mango, que es difícil no encontrar una casa en cuyo patio no se eleve un hermoso ejemplar. Me refiero a San Carlos del estado Cojedes. Cuando estamos entrando en esta acogedora ciudad nos encontraremos con una redoma, que es a la vez una plazoleta, donde se levanta una mata de mango con un fruto maduro. Es una efigie simbólica que recuerda al visitante que estamos en la tierra del mango. Podemos decir que el mayor porcentaje de jugo de este delicioso fruto sale de San Carlos. Gracias a la bondad de la naturaleza y de la Amada Tierra, tenemos al estado con el mínimo índice de desnutrición, y esto se lo debemos a en gran parte a las propiedades nutritivas de su fruto, comparable al más completo polivitamínico adquirido en una farmacia. En verdad es una ciudad saludable y bendita. En mi época de estudiante, observé calles donde podían contarse en el piso cincuenta y más mangos, que el común de los transeúntes veía con indiferencia.

Cada persona posee una predilección por un determinado color, un ave, animal, espacio geográfico. Mi gran debilidad se la atribuyo al uvero, un árbol majestuoso que puede llegar a vivir más de cien años, y cuyas semillas son un manjar de dulzura natural. Su sombra es tan tupida que se hace imposible mirar el cielo estando bajo su sombra. En un pueblo llanero donde ejercí la medicina vi el uvero más grande que jamás habían percibido mis ojos. Era tan grueso su tronco que dos hombres grandes no lograban abarcarlo con sus abrazos. Cuando tenía días libres me acercaba a la casa donde se levantaba mi adorado y amado uvero. Un día me llevé la peor sorpresa de mi vida. Un hombre de esa casa estaba cortando en redondo la corteza del árbol con la intención de que se secara, pues, según él, así evitaría que le cayera encima a la casa. Recuerdo que le dije que no hiciera eso, pues, así como la Naturaleza era capaz de agradecer a los hombres por sus favores y beneficios, también podía molestarse por sus agresiones, y entonces ya no serviría de nada quejarse de las consecuencias, o desgracias, creadas por nosotros mismos. Además, agregué: piense en los pajaritos que hicieron de ese majestuoso árbol su hábitat, sin contar los insectos, lagartijas, mariposas que sufrirían por su ausencia. El caso es que el daño ya estaba hecho y a partir del primer mes empezó a perder las hojas. Recuerdo que al final de aquel año el uvero moría dejando de iluminar con su verdor ese pedacito del cielo llanero. Entonces yo lloré por uno de los árboles que más he amado en mi existencia. En ese momento empezó mi desarraigo de aquel lugar. Después supe, al final de aquel año, de la muerte de uno de los hijos de esa familia, acaecido en una ciudad Llanera. Al poco tiempo pedí cambio de ese pueblo de ingratos y poco amante de la Naturaleza. Jamás he vuelto a visitarlo y mi corazón apenas conserva ese amargo recuerdo de haber presenciado la muerte innecesaria de mi árbol predilecto. En mi casa de Arismendi, es el uvero quien ejerce su imperio sobre tierra y cielo y le doy gracias a Dios por haberme dado tanto amor por la Amada Tierra y sus bondades.

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Dedico este artículo a la Amada Madre Tierra en su mes de Aniversario.
A mis lectores del mundo les recomiendo visitar la página Web de “La Fundación Mundial para las Ciencias Naturales”: www.naturalscience.org/es
Mi segundo Blog: cronicasdearismendi.blogspot.com

Y como un regalo muy especial los remito a “Una Brújula Moral para el Viaje de la Vida”.


Val, 21-04-2017
Zordy Rivero

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