sábado, 20 de mayo de 2017

GENERALIDADES

En Estados Unidos se calcula que existen unos ochocientos canales de televisión, o quizás más, lanzando a su teleaudiencia odio, rencor, mentira, violencia, engaño, pornografía, chismes, etc. Se cree que solamente unos veinte de estos canales valen la pena ser vistos ¡Que desperdicio! Surge la pregunta, ¿Por qué la gente es tan adicta a esta basura innecesaria? Porque desde pequeño se nos ha vendido esa mercancía como una gran cosa, y mientras siga habiendo gente que le guste lo malo, lo malo seguirá imperando. Dentro de los canales que se pueden ver están los relacionados con la vida animal y la Naturaleza; los de música clásica, infantiles, series de aventuras y de héroes legendarios.

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Siendo como soy, un servidor social, al levantarme le doy gracias a mi Dios por regalarme un nuevo día. Después hago como aquel anciano que preguntaba: “¡Mi Dios, ya estoy listo para servirte! ¿a quién tengo que ayudar hoy?, usted dirá”. Y se lanzaba a la calle a prestar un servicio desinteresado. En la sociedad es ya conocido los muchos casos de personas que vienen haciendo una hermosa labor, motivo suficiente para que Dios los proteja de manera especial con una gran cantidad de ángeles, que excede a la norma, para que ese servicio sea más efectivo y generen un cambio social favorable, y ¡ay! de quien intente interrumpir o sabotear esa labor en beneficio de los necesitados, que bastante hay en el planeta. De modo que no estamos solos, y ya se está instaurando en la Tierra un Orden Divino que acabará con tanta desarmonía e injusticia humana. Sólo se necesitan almas caritativas y compasivas que estén dispuestas a hacer un cambio de valores en la sociedad que les ha tocado vivir. Yo los insto a que empiecen aplicando los principios de La Brújula Moral para un Viaje de la Vida, y se asombrarán de los resultados favorables que obtendrán con su aplicación.

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Hace poco, en vísperas de Semana Santa abordé una buseta para ir a mi casa. Iba repleta de personas de todas las edades, de modo que tuve que ir parado recibiendo empujones, tratando de conservar el equilibrio. En uno de esos movimientos bruscos causados por un frenazo, pisé a una señora de unos treinta cinco años de edad. De inmediato le pedí disculpa, no obstante, me dijo que tuviera más cuidado, pues ella cuando salía, trataba, en lo posible, de no molestar a nadie.
Señora dije, creo que está siendo injusta conmigo. Es fácil juzgar a otro desde una posición cómoda, como en la que usted se encuentra, sentadita en una cómoda butaca.
Usted trate de no molestar a los otros y todo estará bien replicó.
¿Sabe lo que yo hago cuando veo a una persona recogiendo comida de un pipote de basura? Para mí sería muy fácil criticarlo desde mi posición cómoda, ventajosa de que yo como tres veces al día, pero no lo hago. La observo y le envío a su corazón una bendición, pidiéndole a Dios que lo saque de esa degradante situación. ¿Y sabe por qué trato de no juzgarlo?; porque esa persona en desventaja es mi hermano sufrido y a mí no me gustaría verme en ese espejo… por eso trato de no retar a Dios juzgando a los demás, diciendo: a mí no me pasa eso. La señora no volvió a hablar más durante todo el trayecto, y cuando se bajó le regalé una bendición en silencio, desde mi corazón.

Val, 20-05-2017
Zordy Rivero

miércoles, 10 de mayo de 2017

VIDA ESPIRITUAL

Servicio Desinteresado

A principios de siglo viví en Curbatí, parroquia de Ciudad Bolivia-Pedraza. De las muchas cosas buenas que experimenté en ese amplio territorio llanero, me llamó la atención un hecho que causaba euforia en la colectividad pedraceña una vez al año. Sí, una vez al año el alcalde Frenchy Díaz realizaba un acto público, donde regalaba motos, bicicletas, dinero y otros elementos motivadores a personas que tenían un desempeño extraordinario en la comunidad, ya fuera parteando mujeres en sus casas, limpiando las orillas de los ríos, ayudando a los discapacitados, etcétera. Después de las premiaciones muchos salían a celebrar, pero otros, sólo despotricaban y criticaba porque ellos o sus amigos no habían sido reconocidos por su labor.

A diario vemos en las calles a personas realizando una actividad en beneficio de una comunidad en particular, pero la mayoría lo hace para obtener un reconocimiento por su trabajo; es decir, lo que hacen no viene del corazón, sino de una personalidad ambiciosa, que necesita satisfacer su poderoso e insaciable ego.

Se cuenta que la madre Teresa de Calcuta se encontraba en una ocasión en la ciudad de Nueva York, y durante una mañana fue recibida en la planta baja de un edificio por un grupo de admiradores. En la parte superior del edificio, que estaba ocupada por oficinas de negocios, notaron esa mañana una alegría inexplicable, inusitada. El personal que allí laboraba empezó a ser más amable; se abrazaban y sonreían como si estuvieran invadidos por la felicidad, la dicha, la armonía… incluso hubo algunos que pidieron perdón por los daños causados a otros compañeros; hasta que alguien refirió que la madre Teresa de Calcuta se encontraba en la parte baja del edificio. La vibración de esta amada mujer era tan poderosa que cubría con su flama rosada de amor todo el edificio y sus alrededores. Ella representaba el ejemplo viviente de un servicio desinteresado.

Pero también existen en los hombres defectos que los afean y degradan, y uno de ellos es la mezquindad. En la calle de una barriada de un pueblo, de los muchos que abundan en el país, había un escape de agua potable que ya iba para varios meses sin que el gobierno se ocupara de él. Un día un vecino decidió reparar el tubo roto un mediodía candente, cuando el sol caía de plano sobre las calles. En ese momento el afectado directo se disponía a salir y al ver que había gente trabajando al frente de su casa, se echó hacia atrás, luego le dijo al hijo que le avisara cuando terminaran la reparación. En este caso vemos la deslealtad y falta de solidaridad de un hombre que es beneficiado por un favor o un buen acto humano, pero él es incapaz de reconocerlo. Ha podido acercarse a ayudar, o mandar a preparar un guarapo para aliviar el calor del momento, pero no, decidió esconderse. Afortunadamente estos casos son aislados, pues en la sociedad existen seres dignos de alabanzas como los ejemplos arriba mencionados.


Hace mucho tiempo me decía un paisano que no había necesidad de hacer mal y que el bien no era necesario. Yo lo corregí: Entendamos, dije, que la sociedad la sostienen el trabajo amoroso de hombres y mujeres, y hacer el bien es una necesidad apremiante en una época donde las prácticas de los valores reales se han visto medradas. Es decir, que para justificar nuestra corta estadía en la tierra debemos hacer el bien, y para obtener la tan cacareada salvación, debemos hacer el bien de manera desinteresada. Los dejo con una cita Bíblica de La Brújula Moral para un Viaje de la Vida: “Dejad brillar vuestra luz ante los hombres, para que puedan ver vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre en el Cielo”. (Mateo 5:16)

Val, 10-05-2017
Zordy Rivero

lunes, 1 de mayo de 2017

NARRATIVA

El Hombre que Pidió Riquezas a Dios


Un hombre solitario, de unos cuarenta años de edad pedía cada noche y fervorosamente, riquezas a Dios. Poco antes de acostarse decía sus oraciones; luego se arrodillaba a un lado de la cama y suplicaba a Dios que le diera muchas riquezas para poder ayudar a los desposeídos, que bastante abundaban en su localidad.


Dios que conocía el corazón de su hijo, empequeñecido por la avaricia y la tacañería, no se atrevía a dar aquel paso y concederle la petición, y no obstante el suplicante seguía y seguía y seguía cada noche con su letanía.


-¡Vaya! -dijo Dios una noche-, nunca había conocido una persona tan persistente y tan llena de fe. Lleva varios meses en su empeño y no afloja nada. Le haré una prueba a ver si logra superarla. 


A entradas del invierno, una mañana nublada, el persistente salió a visitar unas ruinas antiguas, abandonadas y llenas de lianas y árboles gigantescos, que estaban cerca de su lugar de residencia. Mientras observaba una construcción de paredes muy anchas y de color amarillento, se arrodilló y admiró extasiado, con lágrimas en los ojos, aquella creación inigualable. Al levantarse tropezó con un objeto sólido. Sin percatarse, había levantado con el pie la tapa de una tinaja. Reviso el contenido y miró asombrado una botija llena de morocotas. Tapó el hallazgo de modo que no soltara sospechas en caso que apareciera otro visitante, y volvió a su casa por herramientas. A la caída de la tarde apareció. Hoyó y sacó una botija contentiva de miles de morocotas. Las vació en un recipiente de metal y la llevó a su casa. En un rincón de su cuarto la acomodó y le lanzó un paño por encima.


A partir de ese momento se dedicó a pensar en la manera de cambiar las monedas de oro, para darle una buena inversión. Imbuido en sus pensamientos hizo algo bueno: darle gracias al Creador por el botín; por las noches pedía iluminación, ideas de cómo invertir aquella riqueza enorme en algo productivo. Y en pensar y pensar pasó el primer año.


Una noche, después de rezar dijo:

-Amado Dios, llevas un año que no me favoreces con nada; acaso te has olvidado de mí. Que conste que yo siempre he estado pendiente de Usted.

Esa noche el hombre tuvo un sueño y escuchó una voz que le hablaba: “Estoy esperando que vacíes el recipiente para volvértelo a llenar. Debes cumplir tu promesa de ayudar a tu comunidad. Debes entender que un pacto conmigo es un pacto de doble vía. Tú ayudas a mi gente y yo te ayudo a ti. Si rompes ese pacto habrá acabado todo, y lo más probable es que esa riqueza vaya a las manos de otro, que sí esté dispuesto a cumplir con el trato”.

El sueño fue tan revelador que el hombre solitario y un poco atemorizado, hizo la conversión de las primeras monedas. Ese mismo día paseo por una de las barriadas de su comunidad. Entraba a las casas y preguntaba:

- ¿Que necesitas tu buena mujer?

-Mi familia ha crecido mucho y esta casa nos está quedando pequeña.

-Pida el presupuesto para levantar otro dormitorio, que yo lo pagaré.

De ahí en adelante el que necesitaba un toro porque sus vacas estaban solas él lo compraba. Si alguien necesitaba cercar el conuco, él regalaba el alambre. Si una mujer deseaba casarse, pero el novio no tenía una casa, él la obsequiaba. Y así fue repartiendo y compartiendo con otros lo que había recibido a modo de regalo. Al final de su vida, cuando ya no le quedaban monedas para repartir, entonces dio consejos, una visita, una flor o un halago, y hasta una sonrisa. 


Pero ocurrió algo que el solitario no había previsto. Cada vez que una familia tenía una buena cosecha, el primer saco de jojotos, yuca, naranjas era para el hombre que los había ayudado a sacar la parcela adelante. Nunca faltó en su casa un torete, un marrano o cualquier regalo, en compensación por los favores concedidos.

El hombre, al recibir las gracias y regalos sólo decía:

-Yo sólo soy un humilde servidor de Dios; denles las gracias a Él y sólo a Él.
Val, 01-05-2017
Zordy Rivero