Dos Cuentacuentos Llaneros
Aclaratoria
Este prólogo de relatos y fábulas pertenecen a mi libro
"El Hombre de Luz", y aunque fueron escritos por mí, no son de mi
invención. Los escuché de los firmantes: mi amigo Roso Silva y mi hermano
Rafael Rodriguez, ambos cuenta cuentos orales, y a la vez muy queridos en
Arismendi y Guadarrama. Quien lllegue a conocerlos cuando narran sus cuentos y
relatos, siempre los recondarán gratamente. Ellos son como la memoria viva y
creativa de los pueblos, y ahora se encuentran en sus momentos cumbres, en una
edad madura.
Prólogo
Mi madre, de procedencia indígena, es acuciosa, inteligente,
detallista. Estando yo en edad de casamiento me instó a que buscara pareja
fuera de Arismendi, pues en el pueblo casi todo el mundo era familia nuestra.
Está bien madre, dije, trataré de tomarle el consejo: buscaré mujer en otra
parte. Mi madre considera feo eso de casarse con la misma familia.
Viajé a Valencia donde viví algún tiempo, pero sin lograr
arraigo. Luego pasé una temporada en Guanare, lugar de nacimiento de la que iba
a ser mi esposa. Nos enamoramos y unimos en matrimonio. Le propuse regresar a
mi pueblo y ella complacida aceptó. En ese momento comprendí el milagro del
amor, que pocas veces pone condiciones.
Al llegar a casa presenté a Juana, mi mujer.
Al verla mi madre la abrazó y dijo: “¡Prima querida, tanto
tiempo sin verte! ¿Dónde te encontró mi hijo?”. “En Guanare”, respondió ella.
“Y yo que pensaba que no tenía familia en Guanare. Por algo mi progenie es una
de la más grande de Arismendi… y del llano”, dijo doña Dama Cordero, orgullosa.
Roso E.
Silva
1. Los
Monos, el Hombre y el Conuco
Tenía yo un
conuco en la orilla del río Portuguesa, en Guadarrama, en una zona muy fértil.
A entradas de aguas sembré una tabla de maíz que se levantó de lo más hermosa.
Apenas comenzó el maíz a cuajar, aparecieron los monos en bandadas, robándome
la cosecha. Viendo la urgencia del caso partí a Calabozo. Me compré cuarenta y
ocho pares de alpargatitas de esas que usan los choferes en el retrovisor de
sus carros. Ese mismo día por la tarde regresé a casa. En el conuco, acompañado
de mi hijo Gustavo esperamos sentados bajo la sombra de unos guácimos, a que
llegaran los monos. Al poco rato aparecieron. Nos miraban desde lo alto. Saqué
de un morral dos pares de alpargatas y nos las calamos, lentamente, para que
vieran nuestra actuación; luego tomé la marusa y se las lancé cerca de unos
carutos. Bajaron a revisar. Cada uno tomó las suyas y se las fue colocando en
los menudos pies. Cuando completaron su labor corrimos tras ellos y los
agarramos tratando de subir los árboles. Resbalaban y caían en el saco que les
colocábamos debajo; luego amarramos los sacos, los metimos en una canoa, y los
llevamos al otro lado del río. No regresaron a molestarnos durante ese año.
2. El Burro Cazador
Una tarde salí
de cacería en mi burro mohíno. Entré en la montaña, en una zona donde abunda el
picure y la lapa. Me llevé la escopeta y un par de cartuchos. En la enjalma
amarré varias mallas llenas de frutas: mangos, guanábanas, lechosas. Tomé
algunas y las coloqué cerca del sitio de cacería. Durante una hora estuve
velando, pero no llegó ninguna presa. Un poco aburrido fui a buscar mi
cantimplora. Mi sorpresa fue grande cuando miré un picure muerto entre las
patas del burro. Pensé: caray este animal es mejor cazador que yo. Tomé la
presa y regresé a casa. Ese día lo recompensé con paja y melaza. Desde entonces
él caza por mí. Deja que los animales suban a comer y al momento de bajar los
patea en la cabeza.
Rafael Rodríguez Rivero
Arismendi, 29-05-2013
Zordy
Rivero, Cronista