miércoles, 29 de mayo de 2013

NARRATIVA


Dos Cuentacuentos Llaneros

Aclaratoria

Este prólogo de relatos y fábulas pertenecen a mi libro "El Hombre de Luz", y aunque fueron escritos por mí, no son de mi invención. Los escuché de los firmantes: mi amigo Roso Silva y mi hermano Rafael Rodriguez, ambos cuenta cuentos orales, y a la vez muy queridos en Arismendi y Guadarrama. Quien lllegue a conocerlos cuando narran sus cuentos y relatos, siempre los recondarán gratamente. Ellos son como la memoria viva y creativa de los pueblos, y ahora se encuentran en sus momentos cumbres, en una edad madura.


Prólogo

 Familia Grande
Mi madre, de procedencia indígena, es acuciosa, inteligente, detallista. Estando yo en edad de casamiento me instó a que buscara pareja fuera de Arismendi, pues en el pueblo casi todo el mundo era familia nuestra. Está bien madre, dije, trataré de tomarle el consejo: buscaré mujer en otra parte. Mi madre considera feo eso de casarse con la misma familia.
Viajé a Valencia donde viví algún tiempo, pero sin lograr arraigo. Luego pasé una temporada en Guanare, lugar de nacimiento de la que iba a ser mi esposa. Nos enamoramos y unimos en matrimonio. Le propuse regresar a mi pueblo y ella complacida aceptó. En ese momento comprendí el milagro del amor, que pocas veces pone condiciones.
Al llegar a casa presenté a Juana, mi mujer.
Al verla mi madre la abrazó y dijo: “¡Prima querida, tanto tiempo sin verte! ¿Dónde te encontró mi hijo?”. “En Guanare”, respondió ella. “Y yo que pensaba que no tenía familia en Guanare. Por algo mi progenie es una de la más grande de Arismendi… y del llano”, dijo doña Dama Cordero, orgullosa.
Roso E. Silva



1. Los Monos, el Hombre y el Conuco
Tenía yo un conuco en la orilla del río Portuguesa, en Guadarrama, en una zona muy fértil. A entradas de aguas sembré una tabla de maíz que se levantó de lo más hermosa. Apenas comenzó el maíz a cuajar, aparecieron los monos en bandadas, robándome la cosecha. Viendo la urgencia del caso partí a Calabozo. Me compré cuarenta y ocho pares de alpargatitas de esas que usan los choferes en el retrovisor de sus carros. Ese mismo día por la tarde regresé a casa. En el conuco, acompañado de mi hijo Gustavo esperamos sentados bajo la sombra de unos guácimos, a que llegaran los monos. Al poco rato aparecieron. Nos miraban desde lo alto. Saqué de un morral dos pares de alpargatas y nos las calamos, lentamente, para que vieran nuestra actuación; luego tomé la marusa y se las lancé cerca de unos carutos. Bajaron a revisar. Cada uno tomó las suyas y se las fue colocando en los menudos pies. Cuando completaron su labor corrimos tras ellos y los agarramos tratando de subir los árboles. Resbalaban y caían en el saco que les colocábamos debajo; luego amarramos los sacos, los metimos en una canoa, y los llevamos al otro lado del río. No regresaron a molestarnos durante ese año.

2.  El Burro Cazador
Una tarde salí de cacería en mi burro mohíno. Entré en la montaña, en una zona donde abunda el picure y la lapa. Me llevé la escopeta y un par de cartuchos. En la enjalma amarré varias mallas llenas de frutas: mangos, guanábanas, lechosas. Tomé algunas y las coloqué cerca del sitio de cacería. Durante una hora estuve velando, pero no llegó ninguna presa. Un poco aburrido fui a buscar mi cantimplora. Mi sorpresa fue grande cuando miré un picure muerto entre las patas del burro. Pensé: caray este animal es mejor cazador que yo. Tomé la presa y regresé a casa. Ese día lo recompensé con paja y melaza. Desde entonces él caza por mí. Deja que los animales suban a comer y al momento de bajar los patea en la cabeza.
Rafael Rodríguez Rivero
                                                                                                                     
Arismendi, 29-05-2013
Zordy Rivero, Cronista