Mis Experiencias con
la Naturaleza
Existe
un viejo cuento llanero que escuché en uno de los tantos pueblos que me tocó
servir como médico rural. Quizás esté escrito en algún libro o periódico con la
firma de su autor. Yo sólo deseo compartirlo con mis lectores, porque en el
mismo subyace una gran sabiduría.
Se
cuenta que llegaron al llano cuatro científicos procedentes de Caracas,
dispuestos a hacer una investigación sobre el cambio climático en las amplias
llanuras sin límites. Se alojaron en la casa de una señora muy hospitalaria,
que vivía en una pequeña finca habitada por ganado de ordeño, caballos, burros
y muchas gallinas. Por la tarde de aquel día, después de la comida, los hombres
se dispusieron a colgar sus chinchorros en unos guacimales aledaños al
paradero.
—No cuelguen a cielo abierto porque
se van a mojar con el aguacero de esta noche —dijo la señora—. Cuelguen en esta sala, cerca
de la cocina
Los
hombres de ciencia miraron el cielo con sonrisas en las caras, dispuestos a
hacerle saber a la doña que estaba equivocada y que era una simple aprehensión
sin fundamento.
—No señora, despreocúpese. ¡Es imposible que
llueva! Mire el cielo despejado, y no olvide que estamos en pleno verano. Se lo
decimos nosotros que somos expertos meteorólogos.
—Yo no voy a discutir con ustedes.
Se los digo para que en la noche no anden echando carreras y amanezcan mojados.
Los
expertos no obedecieron el consejo y colgaron entre los guácimos polvorientos.
A
eso de las cuatro de la madrugada se desprendió un aguacero que no dio tiempo
de nada, sino de salir corriendo y guarecerse en la sala. Mojados, acurrucados
y temblorosos amanecieron en un banco de tablas rústicas, en silencio, tratando
de explicarse cada uno, lo que para ellos no tenía explicación.
La
señora se levantó al poco rato y montó el agua para el café mañanero. Mientras
saboreaba su café, uno de los hombres preguntó:
—Señora,
¿cómo hizo usted para saber que llovería en la madrugada?
—¿Pero acaso no vieron ayer al burro
revolcándose en el paradero?
El
hombre se quedó en silencio, mirando a sus compañeros.
—¡Mejor vámonos, señores! —dijo— ¡Aquí
los burros saben más que nosotros!
Y
así emprendieron el regreso a Caracas, sin comprender ni explicarse la gran
sabiduría que emana del llano y los llaneros, desde el comienzo mismo de los
tiempos.
Ahora
surgen las preguntas de rigor. ¿Cómo hizo el burro para saber que el cielo
anunciaba lluvia? Muchos animales captan los movimientos de las nubes y las
corrientes de aire que se aproximan. A través de las ondas electromagnéticas de
la tierra son capaces de percibir esos cambios sutiles que les pueden llegar a
través de un bajón de la temperatura ambiental o el rugir de las nubes que se avecinan.
El burro, un pensador muy practico se da su baño de tierra, de manera que
cuando caiga la lluvia, su cuerpo forma una capa de barro que evita las
molestias de los mosquitos, zancudos y tábanos.
Pero,
¿cómo hizo la señora campesina para interpretar las señales? El llano está
lleno de señales que le hablan al llanero bien entendido: El canto lastimero de
un carrao que llama agua; el paso de una brisa fresca a destiempo; un burro
bañándose con tierra; un remolino que cruza el paradero levantando polvo, o un
hombre que le pide agua a la Madre Terra para aplacar el calor y el polvo de
los caminos.
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Tendría
yo diez años cuando mi madre me mandó a llevar una encomienda a El Gadín,
una finca de Rafael Rodríguez, que distaba a unos 40 kilómetros de Arismendi, vía
Guadarrama. Iba acompañado de mi pariente Manuel Cisneros —marido de mi tía
María Josefa Yajure—. Yo montaba un burro mohíno lleno de vitalidad. Manuel que
era hombre de llano, iba a pie. La zona era desconocida para nosotros, pero
siguiendo las sugerencias de un baqueano, llegamos a nuestro destino sin
dificultad. En el fundo pasamos varios días, visitando a los vecinos y
conociendo sus maneras de trabajar y vivir.
A
nuestro regreso, quizás por la excesiva confianza, perdimos el camino y nos
dimos cuenta que estábamos en dificultad. Varias veces llegamos al mismo sitio
por donde ya habíamos pasado. Nos encontrábamos caminando en redondo, sin
avanzar. Nos detuvimos en un bosque pequeño que se destacaba en la amplia
sabana, surcada por arboles aislados y matorrales. Descansamos y tomamos agua.
—Manuel —dije—, mamá dice que los
burros son muy inteligentes, que por donde pasan una vez, jamás olvidan el
camino.
Manuel
se quedó pensativo un buen rato, sentado en una raíz, mirando el cielo y
algunas nubes que pasaban rápidas, con rumbo desconocido. Luego miraba en el
suelo, los múltiples caminos hechos por el ganado en busca de comida.
—Me
has dado una idea, muchacho —dijo Manuel—. Tu caminarás a pie conmigo y
dejaremos que el burro elija su propio camino, luego lo seguiremos. Él está más
interesado en llegar al pueblo que nosotros, y sé por qué lo digo.
Manuel
con un movimiento típico del llanero hizo que el burro emprendiera la marcha
por su cuenta. Caminamos tras sus pasos durante al menos, media hora, hasta
llegar a una casa en una costa de monte. Tomamos agua y reposamos un rato;
preguntamos por el camino que nos llevaría a Arismendi. El señor de la casa nos
dijo: sigan el camino del burro y los llevará al pueblo. Yo me monté de nuevo, y
por la tarde llegamos al pueblo, un poco cansados por la larga marcha,
agradecidos de nuestro baqueano el burro.
¿Cómo
hizo el burro para devolvernos al camino que habíamos perdido? ¿Qué señales
percibió en el ambiente, que nos llevaron a la primera casa? Quizás una
corriente de aire paralela al eje magnético de la tierra; el grito de un niño
jugando en el paradero; el sonido de un balde al caer al fondo de un aljibe,
que se proyecta hacia el cielo abierto; el canto de un gallo en el patio de la
casa. El grito de una madre llamando al hijo; el sonido de un hacha hendiendo
la leña. Quizás todas estas señales se acumularon en la mente del burro, hasta
decir: “¡Ya! Denme la oportunidad de sacarlos de aquí, y me lo agradecerán”.
En
medio de la sabana, bajo la sombra de los árboles, desorientados, vi al burro
moviendo las orejas, tranquilo, en silencio, esperando la orden de continuar,
sin la manipulación de las riendas que nos habían perdido.
Arismendi,
24-12-2021
Zordy
Rivero, Cronista Oficial