Escuché en una ocasión
a un paisano decir: “Para mí la vida sin humor no es vida”. Entonces,
pongámosle humor a la vida:
Un viejo llanero va a
la ciudad por primera vez, a pasar unos días con sus familiares. Al regreso
visita a uno de sus vecinos que nunca ha salido del campo.
-¿Y cómo le fue en la
ciudad, compadre?
-De maravilla, compa.
Hay tanta gente y carros, como corocoras en las sabanas y caribes en los ríos.
Fíjese que el primer día de mi llegada un camión me pasó por encima.
-¡Vaya! ¡Esa si es una
noticia! Pero dígame, ¿y cómo fue que no le sucedió nada? porque yo lo veo
completico.
-Afortunadamente,
compa, yo me encontraba debajo de un puente.
-¡Ah! Menos mal,
porque si no queda como bosta en paradero.
*
Dos viejitos iban en
una buseta rumbo al Centro de la ciudad, cuando a medio camino se embarcaron
dos jóvene que, pistola en mano y de manera muy decente, les pidieron -casi les
suplicaron a los pasajeros- que les entregaran todas sus pertenencias.
“No queremos ser
violentos con ustedes… coloquen todo en la cachucha del compañero”, dijo uno de
los delincuentes.
El viejito del asiento
trasero tomó su celular y lo dejó caer en el piso, entre sus pies; pero al
notar al compañero que iba adelante, dispuesto a dejarse robar, dijo en voz
alta:
“¡Tírelo compadre,
tírelo, no se deje robar, tírelo!”. Y así repitió esa frase varias veces, hasta
que los delincuentes, asustados y confundidos, emprendieron la huida.
Luego el viejito de
delante se levantó del asiento y caminó hasta el del amigo, para reclamarle
sobre la imprudencia de decirle que ‘tirara’ a los malhechores.
“Pero si yo sólo
trataba de decirle que lanzara el celular al piso para que no se lo robaran,
compa”.
Gracias a un
malentendido, los pasajeros se salvaron de ser robados y uno de los viejitos
fue agasajado como un héroe por sus compañeros de viaje.
*
Dos señores mayores
fueron al Banco a cobrar su pensión asignada por el gobierno. Después de una
cola de regular tamaño, pudieron cobrar y volver a sus casas. Ya en su
parroquia uno le dijo al otro:
-Compañero, yo hice
una cosa muy mala hoy en la ciudad.
-Y ¿qué fue lo que
hizo?
-¡Pues que robe al
Banco! Yo me traje una cajeta de chimó que tenían en la taquilla.
-Déjeme verla -la
abrió y comprobó.
-¡Pero si eso no es
chimó, compañero! Es la almohadilla donde se pone el dedo gordo de la mano.
-¡Caray!, y yo que pensaba que había hecho una gracia -dijo soltando una
risita inocente.
*
Del pueblo de El Baúl
salió una camioneta con destino a Arismendi, cargando una urna grande color
caoba. Al lado, sentado en el plan, iba un hombre que había pedido pasaje con
destino al pueblo. A penas salieron y empezó a lloviznar. El conductor sacó la
cabeza y dijo en voz alta:
- ¡Amigo!, métase en
la urna mientras llueve; no la cierre totalmente para que pueda respirar.
- ¡Está bien! ¡Gracias!
A poca distancia
encontraron dos hombres jóvenes llevando agua; sacaron la mano y el auto se
detuvo.
- ¡Una colita por
favor!
- ¡Súbanse!
A la entrada del
pueblo el hombre solitario golpeó el carro pidiendo que lo dejaran. Este se
detuvo y esperó que el pasajero bajara; luego preguntó:
- ¿Qué sucedió con los
dos jóvenes que venían con usted y que montamos cuando estaba lloviendo?
-Yo no vi a nadie
cuando salí de la urna -dijo el hombre un poco desconcertado-. ¡Ah! Quizás se
lanzaron del carro cuando yo saqué la mano de la urna para ver si seguía
lloviendo.
- ¡Entiendo! -dijo el
chofer arrancando, mientras soltaba una carcajada.
Val, 20-02-2017
Zordy Rivero