El viernes 22 de noviembre de 2019 viajé desde Valencia
hacia Caracas en compañía de mis amigos Víctor Montemayor y César Ríos. Por la
tarde nos encontramos en la estación del Teleférico con nuestros amigos de la
capital: Mireya Peña, Orietta Palenzuela, Juan Dueñas; y de Alemania: Paul
Probst, Vera María y Franz Ulrich.
Mireya, Víctor, Orietta, Juan, César, Vera, Paul y Franz
Mientras hacíamos la cola para comprar los tikets me
encontré una bala oxidada, la tomé en mi mano y luego se la obsequié a Juan
Dueñas, decidiendo en ese instante escribir una fábula, y que ahora comparto
con mis lectores.
EL SABIO Y SU COMPAÑERO DE VIAJE
A Vera María
Un viejo sabio encontró en el camino un aro muy
hermoso cubierto de óxido; lo tomó en su mano y decidió regalárselo a su compañero
de viaje. Al obsequiárselo le dijo:
“Si todos los días envuelves este aro con la llama
rosada de tu corazón, antes de terminar el año, él habrá perdido la mugre que
lo cubre, renaciendo con un brillo rosado que lo hará inigualable”.
El hombre tomó el regalo del sabio y ese mismo día
emprendió el trabajo de sacarle brillo con la de luz de su corazón.
Después de un año los amigos se volvieron a encontrar.
Se abrazaron llenos de alegría y entusiasmo.
—No he podido sacarle todavía luz ni brillo al aro;
creo que es una tarea muy difícil.
—Sí, es difícil sacarle brillo a un anillo tan
herrumbroso, pues, parece que esa cualidad ya forma parte de él. Aunque he notado algo
extraordinario en ti, y es que te ves desbordante de entusiasmo.
—Bueno, eso es lo que me dice la gente: que brillo… como
una luciérnaga.
—El aro no aceptó el amor que a través de tu
irradiación le regalaste, de modo que te la devolvió, haciendo, a su vez, que
te volvieras más amable y cariñoso.
—¡Ahora entiendo!
—Así es. Todo lo que sale de nosotros vuelve a su
propio creador… nosotros mismos. Cada vez que tratamos de cambiar a alguien con
nuestro amor, el primer cambio empieza con nosotros.
*
Ya en la cima de la montaña pudimos contemplar el
paisaje reverdecido, las nubes paseándose por los caminos llenos de transeúntes,
el hotel Humboldt y algunas aves coloreando el ambiente con sus cantos
esporádicos. Nos tomamos fotografías, comimos y compartimos, y ya, a la caída
de la tarde bajamos a la gran ciudad que nos esperaba con sus ruidos y ajetreos
rutinarios. Finalmente puedo decir que fue un encuentro inolvidable.
Miércoles, 27-11-2019
Zordy Rivero, Cronista