Uno
de los gratos recuerdos de mi infancia era ver, a la caída de la tarde, la presencia de incontables
libélulas (caballitos) sobrevolando el patio de mi casa en la calle Banco Alto de
Arismendi. En aquellos lejanos días no comprendía el significado de dichos
vuelos. Ahora sé que se alimentaban de los miles de mosquitos (zancudos) que
por la tarde invadían nuestras casas, provenientes de los montes y estanques aledaños. Extraño a estos nobles insectos, que nos ayudaban a liberarnos de
enfermedades desconocidas en nuestra época, como son el dengue, Chikinguya y
Sika, cuyo vector y transmisor es el mosquito patas blancas. ¿Qué sucedió con
las libélulas; por qué desaparecieron? La causa principal se debió a los
insecticidas regados en las zonas de cultivos; y en las mismas casas donde
entraban para atrapar su comida; sólo que las paredes estaban impregnadas de
aerosoles venenosos.
Y
ahora, ¿quién controla el exceso de población de mosquitos en caseríos, pueblos
y ciudades? Esa función le ha quedado a los murciélagos. El problema, nada fácil
para ellos, es que en el Llano estas
criaturas son perseguidas por el hombre para darles muerte, a causa de una
especie que se alimenta de la sangre de animales. Esto es cierto, pero también
es cierto que existen especies que se alimentan de insectos y frutas. El
llanero sencillamente no discrimina y persigue a estas criaturas, sean dañinas
o útiles al hombre.
Algo
parecido está sucediendo con una especie de lagartijas que en el Llano es
conocida como Tuteque. Este se alimenta de insectos que son dañinos para los
cultivos, pero existe la creencia generalizada que cuando el Tuteque muerte a
un caballo o una res le inyecta un veneno que le causa la muerte al animal. Estas
lagartijas son capaces de percibir el pensamiento poco amigable —vibración— del
hombre que anda en su montura y que permanentemente está asociado con el ganado.
En conclusión, la desarmonía de la naturaleza con el hombre se debe a la falta
de amor de este último hacia la demás vida en la tierra. Así es, la falta de
amor genera desarmonía y desequilibrio y finalmente confrontación.
Hace
varios años escribí un artículo sobre “La Fiebre Hemorrágica de Guanarito”, que
es la consecuencia directa de haberse exterminado la casi totalidad de la
población de culebras en esa entidad Llanera. El uso de rastras, rolas y
herbicidas hizo el trabajo, generando la proliferación de ratas, transmisoras
de la enfermedad. Cada año mueren un promedio de veinte (20) personas en edad
productiva. Sólo las culebras eran capaces de sacar a las ratas de sus
agujeros. Actualmente los Guanariteños lo entienden pero no han hecho nada para
remediarlo.
Una
vez más se demuestra que si no armonizamos con la Naturaleza, nuestras vidas
también sufren las consecuencias de ese desequilibrio, que nosotros mismos
hemos creado. Cuando viví por más de cinco años en las serranías de
Curbatí-Pedraza, la proliferación de culebras mapanares era tanta que no me
quedó más que negociar con ellas. Les decía —cuando las sacaba de los rincones
de la casa para devolverlas a la montaña— que una vez que me limpiaran mi
vivienda se fueran a su hábitat; así evitaríamos cualquier enfrentamiento, pues
yo no deseaba causarles daño, y ellas lo sabían porque nunca maté una culebra que
hubiese encontrado en mi camino. Sólo tenía la precaución de prender una
linterna cuando bajaba de mi cama
durante la noche… y tal vez no me crean, pero se hicieron mis amigas.
*
A mis lectores del mundo les
recomiendo visitar la página Web de “La Fundación Mundial para las
Ciencias Naturales”:
www.naturalscience.org/es
Mi segundo Blog:
cronicasdearismendi.blogspot.com
Y como un regalo especial los
remito al artículo: “Una Brújula Moral para el Viaje de la Vida”.
Domingo, 30-09-2018
Zordy Rivero, Cronista