El
siguiente trabajo es una presentación del escritor y traductor argentino
Esteban Moore, quien además posee un exitoso blog:
alpialdelapalabra.blogspot.com, donde apareció este amplio estudio sobre el
poeta Arismendeño Adhely Rivero. Cuando leí el poemario “El Libro de Canoabo”
sentí en lo más interno de mi corazón que debía conocer Canoabo del estado
Carabobo, y de Vicente Gerbasi. Todavía no he cumplido este empeño, pero sé que
la esperanza ya alzó su vuelo hacia la población del grande poeta.
Zordy
Rivero
*
A
Vicente Gerbasi, in memoriam
EL
COLIBRÍ
… una palabra apenas
roza
el alma.
Aly Pérez
El
colibrí se toma la flor
y
se pone a volar.
Acelera
la luz y su corazón
a
mayores revoluciones por segundo.
Pesa
la palabra
más
que el pájaro.
Por
un instante creemos en la perfección.
Qué
le puede amargar la vida
a
un colibrí
que
es la imagen de Dios.
EL
TORDO
El
tordo en la calle,
canta,
para
que me sienta bien.
Sabe
que no como sólo,
con
mi sombra me siento
a
la mesa
y
reparto migas de comida
por
la ventana.
Para
que venga.
La
soledad quiere ausentarme.
¡Qué
color tendrá la soledad!
Negro
es el pájaro
que
me hace compañía.
UN
POEMA AL AZAR
Aquí
nació Vicente,
cuando
comienzo a recorrer
la
carretera fría e iluminada de bambúes amarillos
en
el monte tupido.
Atraviesa
una liebre distraída
resaltando
el pelambre
en
el asfalto.
Cuando
llego a la cumbre me detengo a leer
un
poema al azar
y
suena como una oración al bosque de Eucaliptos,
arrullados
por la brisa.
Me
debo a la crianza de los pueblos,
el
nativo es palco en su mirada
para
recibir al que llega.
Más
tarde los delata el amor,
tan
querendones son los hijos de la cumbre.
Vicente,
vive en la gente
y
en el canto de los gallos de raza
que
criaba su hermano Pepino Gerbasi,
en
los patios de Canoabo.
CANOABO
A Eloína Ybarra
Aquí
el alma encuentra su propia soledad
Vicente Gerbasi
Sobre
la montaña amanece sentado el cielo,
abrigado
con nubes blancas.
En
la cumbre crían ganado de raza,
hermosas
vacas pastan en el frio.
Naranjas
y mandarinas tejen de verde
la
falda del horizonte
donde
cuelga un camino de labriegos.
Canoabo
es de una ternura ancestral,
el
nativo siembra con la luna,
según
la sabiduría antigua,
los
alimentos que mengua la hambruna.
Antes,
recuerdas,
Canoabo
era una aldea de agua dulce, café y cacao,
grandes
arreos de mulas y cacería silvestre.
Al
pueblo llegó la universidad, los artistas, los poetas y los vecinos.
Ahora
Canoabo está más cerca del mundo.
LA
CUMBRE
Aquí
no se alza la voz,
eso
es en el mar que la gente
va
gritando.
Aquí
se habla en la respiración,
en
el susurro.
Nadie
se atropella por volar más alto,
subes
a la montaña
y
ya estás en el cielo.
Si
gritas te cansas y tu grito no retumba
en
las paredes del monte.
Solo
el hacha tiene un leco pernicioso,
va
dejando un hueco entre los árboles.
Una
ventana por donde se ve la tierra del cerro.
Pronto
sube humo de la quema,
la
ceniza abonará el suelo.
Van
a sembrar, dicen,
cuando
lleguen las lluvias.
CAFÉ
A Eugenio Montejo
Cuando tomo un café en Caracas,
regreso a una calle de mi aldea,
donde existe una hermosa casa colonial,
con un patio de café.
Me
encuentro con un niño en la puerta
mirando
los obreros.
Se
ha quedado absorto.
Cuando
llegó a la playa de El palito,
en
el litoral de Carabobo,
vio
el mar por primera vez,
vio
un barco en la noche,
con
las luces prendidas como una gran ciudad.
Luego
vino el mundo en Florencia.
Unos
pueblos de Italia,
que
no olían a café.
Su
alma lo añoraba todo,
Canoabo,
era una selva iluminada
en
algún lugar de la tierra.
MAR
AFUERA
Tengo
el mar Caribe muy cerca.
Lo
veo durante el día.
Me
pregunto: quién me puso aquí,
mar
afuera,
cuando
mi cabeza es una cresta de olas?
Sé
tan poco de estas costas,
algunos
nombres de playas
malolientes
a puertos y refinerías.
Calor
y sudor.
En
el campo es otra vida,
allí
se siente el mar volando:
el
mar y el amor de las mujeres en la playa.
Se
come buen queso de vacas que pastan
en
potreros salitrosos
que
en el pasado fueron playas.
En
la mañana pensamos
la
mujer amada.
El
mar lo corroe y lo borra todo.
EL
RUANO
Este
animal
toda
la noche posó la cabeza
sobre
la cerca
que
al fondo tiene música.
Ayer
salió de la finca
El
Ruano,
estaba
trabajando.
Iba
en silencio,
algo
lo aturde.
El
caballo que come y bebe
en
la sabana
está
frente al bar
delgado
de sueño y plaga.
ADHELY
RIVERO, nació en Guadarrama, Arismendi, Estado Barinas, Venezuela en 1954. Está
residenciado en Valencia desde 1970. Lic.
en Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Cursó estudios en la
Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo. Venezuela.
Poeta, editor, Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura
de la Universidad de Carabobo. Director de la Revista Poesía. Coordinador del
Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo. Director de las
Ediciones Poesía de la Universidad de Carabobo. Coordinador de las Ediciones El
Cuervo, traducciones, de la Universidad de Carabobo. Miembro del Comité de
Redacción de la revista Zona Tórrida. Ha
dictado Talleres de Poesía en la Universidad de Carabobo. Condecoración en su
Única Clase Alejo Zuloaga Egusquiza por la Universidad de Carabobo. Homenaje en
la Revista Poesía No. 156. 15 Poemas, 1984; En sol de sed, 1990; Los poemas de
Arismendi, 1996; Tierras de Gadín, 1999; Los Poemas del viejo, 2002; Antología
Poética, 2003; Medio Siglo, La Vida Entera, 2005; Half a Century, The Entire Life, 2009,
versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica)
2009. Compañera, 2012. PoesíeCaré,Poemas queridos, 2016, Versión al italiano de
Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías
nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de
hoy, tomo I, II, editada en Festival Internacional de Poesía de Medellín,
Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en
Suiza.2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia. Festival
Internacional de Boyacá, Colombia. Festival Internacional de Poesía del Mundo
Latino, México. Feria Internacional del
Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela.
Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Encuentro Internacional Poesía
Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo,
Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”,
Mérida, Venezuela. Feria Internacional
del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas,
Venezuela. Encuentro Internacional
Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de
Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano
Picón Salas”, Mérida, Venezuela.
Traducido al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe.
Canoabo,
homenaje a Vicente Gerbasi
David
Cortés Cabán.
Para
que el paisaje nos devuelva su íntima historia, su más clara intimidad, ha
decidido el poeta Adhely Rivero hacer un viaje a Canoabo, el hermoso pueblo
donde naciera en 1913 el gran poeta venezolano Vicente Gerbasi. Allí como si
descubriera por primera vez el paisaje de aquel poeta que generosamente nos
diera lo más profundo de su corazón en la hondura de sus versos, Adhely ha ido
desentrañando su apreciación por el autor de aquel libro fascinante y mágico,
Mi padre el inmigrante. Y ha llegado Adhely para abandonarse a la contemplación
y a la alegría de la palabra que agita la condición pasajera de la vida. Ha
fundido en El libro de Canoabo su visión de mundo como si proclamara aquí el
mismo sentimiento que sintió Gerbasi en la mirada del paisaje, y en la flora y
la fauna que les brindó a sus versos el matiz límpido y profundo que reflejó su
propia existencia.
Lo
que siente el lector al acercarse a este nuevo libro de Adhely Rivero es el
aliento del paisaje, lo esencial de la vida, la vibración del pájaro que abrió
sus alas y se perdió en luminoso vuelo hacia el ocaso. Y es que lo singular de
esta poesía está en el espíritu de afinidad que la reviste del recuerdo de
Gerbasi. Su recuerdo, su vocación poética, la lucidez que hace posible la
continuidad de ese cántico que para ser comprendido necesita de una honda
dimensión de espíritu. Adhely conoce esta realidad porque es el poeta del llano
y del paisaje. Incorpora en sus versos la experiencia profunda de la mirada que
nos devuelve la luz de un horizonte más noble y luminoso. Su poesía recoge ese
misterio insondable que nos identifica con las cosas más dignas y humildes: el
colibrí, el tordo, el horizonte, la aldea, la neblina, la sabana, el viento, el
café, la soledad. Toda una visión del campo, de la tierra y del ser en una
misma historia humana. La historia personal del poeta y la de Gerbasi van
paralelamente descubriéndonos la grandeza de Canoabo. No la grandeza que nace
de lo material y pasajero, sino la que proclama mediante la palabra bondadosa
un sentido más lúcido y humano de la vida. ¡Qué bien se siente recorrer a paso
silencioso el tema de este libro! Tus palabras son paisaje, ha dicho el poeta.
¿Lo ha dicho de sí mismo o de Gerbasi? Ambos caminan el horizonte de estos
textos, ambos ascienden lentamente en confiada grandeza hacia la calma de estas
montañas, a los caminos que reflejan la belleza del paisaje: En el campo es
otra vida / allí se siente el mar volando, anuncia este verso. Y en otro,
sentimos la naturaleza que trasciende la singular presencia: Aquí nació
Vicente, / cuando comienzo a recorrer / la carretera fría e iluminada de
bambúes amarillos / en el monte tupido.
Desde
el primer momento de la lectura nos reciben los pájaros. El colibrí y el tordo
emiten sus alegres saludos: El colibrí se toma la flor / y se pone a volar.
Querrá también el tordo acompañar nuestra condición de caminantes por estos
versos que trazan el recorrido de Canoabo: El tordo en las calles, / canta, /
para que me sienta bien. Estos cánticos nos descubren nuestra condición humana,
nuestros sentimientos en la luz de un horizonte que va en ascenso hasta trazar
su órbita natural y lejana como la humilde materia de las cosas sobre la
tierra. Lo que vemos en El libro de Canoabo nos provoca un amoroso sentimiento
en la armonía del paisaje, la luz de su cielo y la confianza de su gente. Nos
sobrecoge el hecho de vivir plenamente rodeado de la bondad y grata compañía de
los otros, sumidos en la plena realización de la palabra límpida y sin manchas.
Esto lo ha advertido Adhely en su recorrido por Canoabo para recordar una vez
más sus pasos por estas mismas calles que recorriera un día acompañado del propio
Vicente Gerbasi y del poeta Luis Alberto Crespo: Aquí no se alza la voz, / eso es en el mar
que la gente / va gritando. / Aquí se habla en la respiración, / en el susurro.
/ Nadie se atropella por volar más alto, / subes a la montaña / y ya estás en el
cielo. Sentimos de inmediato que la vida en Canoabo traza sus propios signos,
ésos que no demandan de agobiantes fórmulas de conocimiento, ni pretenden
insinuar otras acciones que no se correspondan con la realidad del paisaje o de
la vida misma. Ya lo ha señalado el poeta: Sobre la montaña amanece sentado el
cielo, / abrigado con nubes blancas. / En la cumbre crían ganado de raza, /
hermosas vacas pastan en el frío. / Naranjas y mandarinas tejen de verde / la
falda del horizonte / donde cuelga un camino de labriegos. He aquí el paisaje
que revela lo que siente el corazón, pues no hay otra forma de sentir la
realidad que palpita en este libro. La que nos presenta la vida en su más
profunda dimensión, la que consiste en vivir armónicamente con el entorno. Por
eso encontramos que lo esencial de la vida se podría resumir en las cosas que
dejan sobre el alma una grata ternura. Esta realidad nos la recuerda el poeta
Adhely Rivero en el contenido de estos poemas. Un sentimiento provocado por el
reencuentro con Canoabo, y porque ligado a este sentimiento vemos pasar la
imagen del profundo Gerbasi en el puro fluir del tiempo, en la hermosura que
repentinamente nos descubre la alegría de volverlo a sentir en la vivencia
evocadora de esta poesía y el paisaje sereno donde El colibrí se toma la flor /
y se pone a volar.
Dejemos
ahora que el lector se apropie de estos versos para que su corazón recoja este
hermoso homenaje a Vicente Gerbasi, y que la alegría lo lleve escuchar el
tordo, la plenitud de su cántico cuando “Sobre la montaña amanece sentado el
cielo, / abrigado con nubes blancas.”
Nueva
York, Otoño, 2019.
Canoabo
de paso por Adhely Rivero
Luis
Alberto Crespo
Adhely
Rivero me dice que volvamos con Vicente Gerbasi a Canoabo, a su pueblo y a su
poesía, donde gime el ave quinquina y es de noche siempre en las hojas del
guamo y del cacao y otra vez huele a sudor de savia y llovizna el aire que lo
visita. El gran poeta suave y sonriente se quedó atrás. Ya no se distrae con su
infancia, con los espacios cálidos, ni con el viento en sus cabellos y el rumor
dentro de sí de sus montañas, sino con la muerte, aquel día, cuando la vida
celebraba la hora de la inocencia, un diciembre de cuya tristeza no quiero
acordarme.
No;
no iba a nuestro lado el propiciador de sortilegios, pero sí en nuestro ayer
mientras presentíamos el sosiego de su obra página a página, como si
transitáramos su escritura primordial bajo el follaje y respiráramos la loción
que despide su país, la geografía de su añoro, entre los senderos del roedor y
el susto de la perdiz en los matorrales.
Sólo
al nombrarme a Canoabo, nada más con pronunciarlo para avisarme que en sus
nuevos poemas iba a su lado Gerbasi camino a su aldea verde, me di a
apresurarme para alcanzarle los pasos a Adhely camino a esa región aromosa
donde el señor de la dulzura verbal y la emocionada calma eternizara en cada
ser y cada cosa su vastedad poética. Con cuidado, sin osar siquiera interrumpir
el recuerdo con que juntos existiéramos alguna vez mientras la aldea loara a su
miglior fabro, mi amigo de los llanos mojados de Arismendi tomó aquí y allá
menciones de cacao y café, alguna criatura vegetal y del aire, ciertas veces el
nombre de Canoabo o de una oración
gerbasiana trazada sobre la pared blanca del papel, mientras trascribía las
motivaciones que visita con tanta insistencia su memoria, las del avío inagotable de su decir arismendino:
ese caballo que adelgaza lo profundo, la palma lejos, aquella res numerosa, el
pastizal perpetuo, el agua, el ruido de orine del ordeño, el pájaro, el
solitario y en bandada, el hombre en todo, ceñudo bajo el alero del fieltro
y quien mira y copia y anota de todo ese
suspiro, al tiempo que hinca su rastro por distintos espacios, el de las esquinas
y los viajes, atiende “otras voces y otros ámbitos” y
evoca lo fraterno y lo íngrimo.
Acaso
pretexto, a lo mejor remembranza del estilo limpísimo de nuestro Gerbasi,
llanamente presentado sobre la hoja escrita (pienso en Los Colores Ocultos y en
Las Edades Perdidas), casi dicho, al borde del habla, Los poemas de Canoabo
reúnen un renovado conjunto de sentimientos, como aquellos que ofreciera a sus
lares barineses de Arismendi. Pero no permanece mucho rato mi amigo en el
villorrio de Los Espacios Cálidos. El gran señor de nuestra nostalgia refleja,
como hace el rayo de luz en el agua, su presencia, de pronto, lo mismo que
aquella mañana, cuando luciera su traje blanco en la blancura de Canoabo y de
seguidas se distancia, mas no para alejarse de su cómplice de viaje, no para
olvidarlo, no: Gerbasi lo escucha y lee, desde lo impalpable en que ahora se
encuentra, cuanto, de su estilo, desprovisto de broza, a dos palmos apenas del
exceso, diría Efraín Hurtado, es retomado por Adhely (al que es tan atento) en esta reciente
muestra de su obra enriqueciéndola, a la que acompaña poemas de otros libros
suyos, ya consagrados por sus lectores y la crítica.
Y
este es nuestro contentamiento: que al concluir la lectura de este libro la
sorpresiva mención de Gerbasi y de Canoabo nos convida a regresar a su aldea,
su aldea que es su obra, la obra que lleva su nombre por la tierra entera y
volvemos a escucharla cuando la nombra, así:
Canoabo
Este
es el valle
rodeado
de montañas
donde
las aves
hacen
círculos luminosos.
Cae
el atardecer en nubes
que
ahondan una mina de oro.
Las
casas se reúnen
en
un color solitario
gris-oscuro-malva
de
un instante lejano
que
siempre nos reúne
en
la memoria.
CARACAS, OCTUBRE, 2019.