Lunes 24
Temprano abandonamos el hotel con maleta y todo, en compañía de Karin
y su esposo Hans, quienes nos llevaron —a Juan de
Dios y a mí— al Lago Brienz. El recorrido fue de 110 kilómetros. En el camino
hicimos una parada en una estación de servicio; yo aproveché para comprar un
par de chancletas y Juan de Dios una correa para reponer una dañada. Nuestros
amigos no nos permitieron pagar, a pesar que insistimos. La siguiente parada
fue en un estacionamiento, aledaño al Lago Brienz, cuyas aguas de un azul
intenso, son únicas en el mundo. Nos tomamos fotos muy cerca de un arroyo
rápido, que hacía mucho ruido. Apenas comenzamos a bajar y empezó a llover, por
lo que tuvimos que refugiarnos en un hotel desde cuya platea se podía ver una
gran extensión de aguas tranquilas, silenciosas. Me sorprendió ver en el centro
del estuario un círculo gigante de un color rosado intenso que se mantuvo así durante
toda nuestra permanencia en el lugar. En la medida que pasaban los minutos, el
círculo adquiría distintas formas, pero sin apartarse del lugar.
Al lago Brienz lo nutren cascadas perennes; al menos nosotros vimos
un riachuelo cristalino, bajando de la cima de una montaña. Allí nos tomamos
varias fotografías antes de que apareciera la lluvia. Serranías altas lo rodean
y en sus orillas se notan casas salpicadas, aquí y allá. Siendo un lugar
turístico no es raro la abundancia de viviendas cercanas a sus orillas. Nadie
que viaje a Suiza puede dejar de visitar este hermoso y mágico lago.
Después de tomar varias fotografías, entramos al restaurante del
hotel con la intención de almorzar, pero debido a que viajábamos con un perrito
de compañero, por las muestras y señas noté que no estaba permitido la
permanencia de animales en el lugar. Sin
embargo, quien nos atendió nos llevó a una amplia sala con vista al Lago, donde
sí se permitían animales. Nuestro servidor, al llevarnos el menú, nos indicó
que para ese día habían colocado cortinas nuevas, de un rosado exquisito. Ya
acomodados en la mesa cada uno eligió un plato a su gusto. Yo pedí un pollo en
salsa que estaba delicioso, acompañado de un vino tinto excelente. Ya,
concluida la comida, nos tomamos en la sala varias fotografías. Luego
emprendimos el regreso a la ciudad bajo una lluvia menuda pero persistente.
Mientras nos dirigíamos al auto recogí varias piedritas: un encargo de mi amiga
Adriana Gallardo de Caracas, quien me hizo esa petición en Maiquetía: “Si
visitas el Lago Brienz, tráeme, aunque sea una piedrita, Zordy”.
Cayendo la noche llegamos a la ciudad. Paul me esperaba en la
oficina de “La Fundación Mundial para las Ciencias Naturales”. Me condujo a su
casa, en una hermosa zona residencial de Rotkreuz. Juan de Dios continuó hacia
el aeropuerto en compañía de nuestros servidores, Karin y Hans.
Tuve la ocasión de conocer a Elisabeth, la esposa de Paul, quien lo
acompaña en una casa un tanto grande para dos personas. Son una pareja muy
sencilla. También conocí al juguetón perro Kimo, quien se hizo mi amigo al
instante. Paul me señaló un cuarto y dijo: Esta será tu habitación.
Zúrich, 09-11-2022
Zordy Rivero