ABEJAS
Una sombra o una nube pasó por encima de la casa haciendo un ruido
similar al de un torbellino, pero sin vientos ni movimientos de árboles. Se
dirigió hacia las montañas dejando a su paso una quietud paralizante
El labriego fue
alertado por el canto melancólico de una pavita que se había posado en el palo
alto, cerca del potrero. Pensó en su familia lejana, en una noticia mala, en un
enfermo de la comunidad. El ave quería comunicar algo que él no podía
comprender de un todo. Después de saborear una taza de café hizo una cruz de
ceniza en el patio para conjurar los malos espíritus. Luego salió con el
machete hacia el rastrojo. Caminaba lentamente, añorando los mejores días de su
vida pasada, cuando vivía con sus padres. Sí, recordaba que nunca hizo nada que
se pudiera llamar útil o razonable o de importancia. Ahora vivía con una mujer
amorosa y comprensiva, que incluso lo había enseñado a trabajar. A trabajar el
campo: sembrar, levantar una casa, y hasta ser un líder en la comunidad. Todavía
no habían logrado tener un hijo, pero qué importaba, eran jóvenes y sanos… ya
vendría. Recuerda que cierta vez un hombre de la localidad le dijo que si no
fuera por su mujer el sería un cero a la izquierda. Él se quedó callado un
largo rato, sin mirarlo; sólo miraba el suelo. Al final comprendió que el
intruso merecía una lección. Le respondió: “Para eso ella me tiene a mí”. Notó
que el hombre movió levemente la cabeza, quizás confundido; quiso decir algo,
pero tiró la vista a su frente y se retiró. Una mañana en que pescaba con otros
amigos, le ajiló un bagre. Uno quiso pasarse de listo y dijo: “Es tan sortario
que hasta una buena mujer tiene”. El respondió: El pez quería que yo lo sacara,
por eso me eligió a mí. Con esas salidas imprevistas no dejaba espacio para la
discusión. La vez que bajaban mangos,
uno grande cayó en el lomo de uno de sus amigos, y él aprovechó el momento para
decir: La otra vez cayó un mango en mi
cabeza; un día antes había cometido una torpeza, de modo que le di las
gracias al mango por corregirme.
Al llegar a la
parcela clavó el machete en la corteza de un uvero, que se levantaba en una
orilla del camino. Abrió el peine menudo hecho a propósito para que no entraran
los burros. Descuidadamente y sin ninguna intención, alborotó un enjambre de
abejas. Irritadas lo persiguieron, causándole picadas en todo el cuerpo. En su
carrera hacia la casa ideó una maniobra salvadora que lo liberó del enjambre
asesino. Entró en el paradero y pasó por el medio del rebaño de ganado. Con
algunas avispas adheridas al cuerpo cayó en la cocina, a los pies de su mujer.
Durmió el resto
del día y la noche completa, un sueño pesado parecido al de los agonizantes. En
la mañana abrió los ojos y preguntó por las reses.
—Las abejas
mataron un becerro —dijo su mujer—. Pensé que morirías. Todavía estás hinchado.
Supe que vivirías cuando anoche pediste orinar.
—¿Y la fiesta? ¿Se realizó?
—En esa
fiesta, donde usted era invitado especial, hubo una riña y murió una persona.
Ahora si estoy convencida que usted es un protegido de Dios. Pues según
comentan, el asesino iba por usted, arropado por el manto de la envidia y la
mala intención.
*
A mis lectores del mundo les recomiendo
visitar la página Web de “La Fundación Mundial para las Ciencias Naturales”: www.naturalscience.org/es
Y como un regalo muy especial los remito a Una Brújula Moral para el Viaje de la Vida
(introduce en el Buscador solamente
la palabra moral).
Val, 25-12-2017
Zordy Rivero