Durante mi ejercicio médico en
zonas rurales adquirí mucha popularidad entre las familias campesinas por mis
aciertos en el tratamiento de los niños. Aunque debo decir que mi conocimiento
de las familias llaneras era bastante completo, dado que yo convivía con ellos en
su mismo medio —me ayudó a conocer su idiosincrasia y las enfermedades más
comunes.
Por ejemplo, siempre que me
llegaba un pacientico anémico, desnutrido o con muy bajo peso para su edad, le
indicaba un tratamiento de desparasitación durante tres o cinco días, que
volvía a repetir dos semanas después, para terminar de eliminar las larvas
recién eclosionadas. Cuando estos niños presentaban el cuadro antes mencionado
era casi seguro que ya en el paciente existía una deficiencia de vitaminas y
minerales; entonces venía la indicación de un polivitamínico que casi siempre
obraba milagros, es decir, al concluir el primer mes el niño empezaba a
acercarse al peso acorde con su edad.
De modo que este sistema nunca me
falló, y aun en mi condición de jubilado lo sigo aplicando con resultados
excelentes.
No obstante si el paciente no
respondía satisfactoriamente a dicho tratamiento, investigaba otros elementos o
posibles factores causante, fueran estos, excreción alterada de algún mineral o
una deficiente absorción de nutrientes por el intestino.
También, cuando me lo permitía la
confianza, podía incursionar en su ambiente y averiguar cómo era el
comportamiento familiar, ya que un niño desmotivado o lleno de miedo por
castigos físicos, termina por detener o enlentecer su propio crecimiento.
Finalmente instruía a los padres
de la necesidad de darle al niño comidas balanceadas, y sobre todo, que
incluyeran en la dieta proteínas animales y vegetales, al menos tres veces por
semana; sin dejar de recordarles que el amor
de la familia era un componente determinante y decisivo en la salud
familiar.
Martes, 04-02-2020
Zordy Rivero, Cronista