Una
paciente de 45 años de edad acudió a mi consulta el verano pasado. Venía
recomendada por un colega de la ciudad, que se había dado por vencido después
de varios intentos sin resultados satisfactorios. La señora Candelaria padecía
de un trastorno de la tensión (que muy bien podría llamarse tensión
caprichosa), por la peculiaridad de subir y bajar sin motivos aparentes. De
allí provenía el fracaso de los medicamentos. Unas veces se encontraba con un
nivel tensional muy elevado, y momentos seguidos su tensión arterial caía
drásticamente
La
paciente expresaba -a través del diálogo- un temperamento exaltado y dominante.
Su hablar era fuerte y decidido: toda una dama acostumbrada a mandar. Mientras conversábamos
noté en sus manos y piernas movimientos constantes; y en su cara prematuramente
envejecida, veíanse surcos profundos. La estudié detalladamente: leí su mente y
corazón y comprendí que Candelaria era una mujer sufrida. "Te ayudaré, le
dije, eres una buena mujer que tiene mucho que dar todavía. Comenzaremos hoy
mismo el tratamiento. Sólo te pediré que no discutas conmigo, y te garantizo
que al concluir el primer mes empezarás a ver los beneficios. El procedimiento
es sencillo pero el resultado duradero.
Le
dije que no le indicaría ningún medicamento de farmacia, porque estaba
demostrado que en ella no surtían efectos. Sólo necesitaría una hamaca. En ella reposaría cada día
durante dos horas, preferiblemente de una a tres de la tarde, en silencio, en
estado meditativo, sin dar órdenes. El objetivo era disciplinar el cuerpo, que
había perdido el control sobre sí mismo. Candelaria se marchó no muy contenta,
con un tratamiento, según su parecer, poco convencional. Entiendo que para el
común de la gente la salida fácil para calmar un dolor o una angustia, es tomar
una droga. Pero eso de controlar el cuerpo con la quietud no suena muy
convincente.
Tres
meses más tarde apareció Candelaria en mi consulta. Le tomé la tensión arterial
y la tenía considerablemente elevada.
-¿Qué
sucedió Candelaria? -le pregunté un poco extrañado.
-Le
voy a ser sincera...-dijo con voz apagada-. Yo no soporto estar en la hamaca
por más de 15 minutos; tengo que abandonarla si no quiero reventar. No tengo
voluntad para eso.
-Yo
no te dije que sería fácil, mujer. Estás domesticando la bestia que llevas
dentro -le dije-. Harás un nuevo
intento. Si no lo consigues te dejaré tranquila. ¡Es una promesa!
Al
cumplirse un mes acudió a mi consulta. Le tomé la tensión y la encontré casi
normal. La felicité y le pedí que continuara con sus ejercicios. Me contó que
permanecía dos horas acostada en la hamaca sin moverse, relajada, y que ya
empezaba a dormir un poco, cosa que le parecía increíble.
Durante
aquel año Candelaria me visitó casi todos los meses. Y aun cuando su tensión se
había normalizado, seguía visitándome. Le dije que ya no necesitaba de mi
ayuda, pues estaba completamente curada. También le hice sugerencias sobre una
alimentación sana, y la posibilidad de realizar alguna actividad recreativa,
apartada del trabajo rutinario.
La
técnica de la pasividad obligada da
resultados para todas las enfermedades inimaginables, y en especial muy útil en
las personas sometidas a un estrés permanente. Es como tomarse dos horas de
vacaciones diarias, que al final del año suman varios meses. El cuerpo obedece
a la pasividad, y aunque lo expongamos al ajetreo del diario vivir, él siempre
buscará la armonía y la paz conseguida en la hamaca, en nuestro caso. No
olvidemos que todo hábito se hace en base a la repetición. Alguien dijo: tenga
mucho cuidado con lo que desea porque lo más probable es que lo consiga.
La
técnica de la pasividad obligada no
me pertenece. Ya los hindúes, tibetanos y otras culturas orientales practicaban
la meditación en posición de loto desde la aurora de los tiempos, tratando de
controlar la respiración y el ritmo cardíaco. Yo solamente he aportado la
hamaca, un elemento indesligable del llanero.
Muchas
personas no toleran el ruido de la ciudad, pero el entrenamiento disciplinado nos
permite vivir entre el ruido, y hasta cierto punto tolerarlo. De eso se trata.
No tiene sentido el dominio de un método de relajamiento para ponerlo en
práctica en la tranquilidad de nuestro claustro.
Zordy Rivero
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