miércoles, 17 de junio de 2009

UNA PACIENTE DE DIFICIL MANEJO

Una paciente de 45 años de edad acudió a mi consulta el verano pasado. Venía recomendada por un colega de la ciudad, que se había dado por vencido después de varios intentos sin resultados satisfactorios. La señora Candelaria padecía de un trastorno de la tensión (que muy bien podría llamarse tensión caprichosa), por la peculiaridad de subir y bajar sin motivos aparentes. De allí provenía el fracaso de los medicamentos. Unas veces se encontraba con un nivel tensional muy elevado, y momentos seguidos su tensión arterial caía drásticamente

La paciente expresaba -a través del diálogo- un temperamento exaltado y dominante. Su hablar era fuerte y decidido: toda una dama acostumbrada a mandar. Mientras conversábamos noté en sus manos y piernas movimientos constantes; y en su cara prematuramente envejecida, veíanse surcos profundos. La estudié detalladamente: leí su mente y corazón y comprendí que Candelaria era una mujer sufrida. "Te ayudaré, le dije, eres una buena mujer que tiene mucho que dar todavía. Comenzaremos hoy mismo el tratamiento. Sólo te pediré que no discutas conmigo, y te garantizo que al concluir el primer mes empezarás a ver los beneficios. El procedimiento es sencillo pero el resultado duradero.

Le dije que no le indicaría ningún medicamento de farmacia, porque estaba demostrado que en ella no surtían efectos. Sólo necesitaría una hamaca. En ella reposaría cada día durante dos horas, preferiblemente de una a tres de la tarde, en silencio, en estado meditativo, sin dar órdenes. El objetivo era disciplinar el cuerpo, que había perdido el control sobre sí mismo. Candelaria se marchó no muy contenta, con un tratamiento, según su parecer, poco convencional. Entiendo que para el común de la gente la salida fácil para calmar un dolor o una angustia, es tomar una droga. Pero eso de controlar el cuerpo con la quietud no suena muy convincente.

Tres meses más tarde apareció Candelaria en mi consulta. Le tomé la tensión arterial y la tenía considerablemente elevada.

-¿Qué sucedió Candelaria? -le pregunté un poco extrañado.

-Le voy a ser sincera...-dijo con voz apagada-. Yo no soporto estar en la hamaca por más de 15 minutos; tengo que abandonarla si no quiero reventar. No tengo voluntad para eso.

-Yo no te dije que sería fácil, mujer. Estás domesticando la bestia que llevas dentro -le dije-.  Harás un nuevo intento. Si no lo consigues te dejaré tranquila. ¡Es una promesa!

Al cumplirse un mes acudió a mi consulta. Le tomé la tensión y la encontré casi normal. La felicité y le pedí que continuara con sus ejercicios. Me contó que permanecía dos horas acostada en la hamaca sin moverse, relajada, y que ya empezaba a dormir un poco, cosa que le parecía increíble.

Durante aquel año Candelaria me visitó casi todos los meses. Y aun cuando su tensión se había normalizado, seguía visitándome. Le dije que ya no necesitaba de mi ayuda, pues estaba completamente curada. También le hice sugerencias sobre una alimentación sana, y la posibilidad de realizar alguna actividad recreativa, apartada del trabajo rutinario.

La técnica de la pasividad obligada da resultados para todas las enfermedades inimaginables, y en especial muy útil en las personas sometidas a un estrés permanente. Es como tomarse dos horas de vacaciones diarias, que al final del año suman varios meses. El cuerpo obedece a la pasividad, y aunque lo expongamos al ajetreo del diario vivir, él siempre buscará la armonía y la paz conseguida en la hamaca, en nuestro caso. No olvidemos que todo hábito se hace en base a la repetición. Alguien dijo: tenga mucho cuidado con lo que desea porque lo más probable es que lo consiga.

La técnica de la pasividad obligada no me pertenece. Ya los hindúes, tibetanos y otras culturas orientales practicaban la meditación en posición de loto desde la aurora de los tiempos, tratando de controlar la respiración y el ritmo cardíaco. Yo solamente he aportado la hamaca, un elemento indesligable del llanero.

Muchas personas no toleran el ruido de la ciudad, pero el entrenamiento disciplinado nos permite vivir entre el ruido, y hasta cierto punto tolerarlo. De eso se trata. No tiene sentido el dominio de un método de relajamiento para ponerlo en práctica en la tranquilidad de nuestro claustro.


Zordy Rivero

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lunes, 8 de junio de 2009

EL GINSENG: UNA MEDICINA DE LA VITALIDAD

Con frecuencia hemos oído hablar de las siete maravillas del mundo; yo a mis amigos les hago la pregunta siguiente: ¿Cuáles son las siete profesiones que el que se mete no se sale jamás? Casi siempre me responden una: la profesión de médico, y es cierto. Podríamos hacernos una pregunta similar pero relacionada con las plantas medicinales, y les aseguro que el ginseng tendría reservado un lugar privilegiado en esa pequeña lista.

Algunos habitantes de la India, y otros países del Oriente, de donde procede la raíz, le tienen tanta fe que la toman de manera regular durante tres meses, una vez al año, para asegurarse una vejez saludable y pródiga. Sin duda su fama en el mundo entero se debe en gran parte a su poder afrodisíaco. Pero ¿cómo lo logra?, se preguntarán. He ahí el misterio. En ella se conjugan todos sus elementos para mejorar de forma óptima el buen funcionamiento del organismo, y gracias, especialmente, a uno de sus componentes principales: los ginsenósidos. Por algo se le considera un adaptógeno: ayuda al organismo a adaptarse a los cambios del medio externo, contribuyendo a mantener el sistema inmunológico en condiciones excelentes.

Los estudiosos de esta planta recomiendan su uso a partir de los 45 años de edad. Sólo que es una recomendación variable y subjetiva, pues, existen hombres que a los 80 años no la necesitan, y otros que a los 30 les vendría como una bendición; y todo tiene que ver con el estado de salud del cuerpo. Un organismo saturado con carnes rojas, enlatados, frituras y comidas chatarras casi siempre va a responder mal a las medicinas naturistas; mientras que una persona con la sangre limpia, liberada de impurezas, es casi seguro que no necesita del ginseng ni de similares.

El pueblo, poseedor de una imaginación fértil y próspera ha ido acumulando a través de las centurias las virtudes de esta poderosa raíz. A continuación una lista de sus propiedades medicinales o curativas:

Digestivo, tranquilizante, estimulante xialagogo, sedativo, tonificante nervioso, gonadotrópico, expectorante, estrogénico, cardiotónico, afrodisíaco, inflamación, esplenitis, diabetes, debilidad, tos, convulsiones, cáncer, caquexia, heridas, furúnculos, arteriosclerosis, asma, anorexia, anemia, amnesia, disnea, reumatismo, rinitis, rectocele, puerperio, embarazo, náusea, menorragia, paludismo, promover la longevidad, molestias intestinales, insomnio, impotencia, dispepsia, dismenorrea, disentería, hipotensión, hipertensión, hiperglicemia, fiebre, timidez, fatiga, epistaxis, epilepsia, enterorragia, dispepsia, dismenorrea, diarreas.

Deseo aclarar -para no crear falsas expectativas-, que aun cuando una medicina tenga propiedades curativas extraordinarias, no hará ningún efecto en un organismo deteriorado o que tenga lesiones orgánicas severas e irreversibles.


Zordy Rivero

miércoles, 3 de junio de 2009

VIDA SALUDABLE

El Chimó una Droga que Acorta la Vida


El chimó es una droga extraída de las hojas secas del tabaco. En un caldero se colocan las hojas con suficiente agua y se les somete a un hervor lento pero sostenido, hasta que aparece una mezcla negruzca y maleable, semejante en consistencia al melado; cuando ha quedado casi totalmente deshidratada se deja enfriar para después guardarla, o por el contrario, se procede de inmediato a su respectivo aliñamiento, que cosiste en agregarle una serie de ingredientes que la pueden hacer más fuerte o más suave según el gusto del consumidor.

Posteriormente se envasa en pequeños recipientes para su comercialización; se le aplica una etiqueta con un nombre, por lo general muy sugestivo. Por ejemplo: chimó el verraco, la raya, el temblador etc., y se lanza al mercado para su distribución y venta. Es todo un negocio en los cinco Estados llaneros de Venezuela y más allá de sus fronteras.

El consumidor se coloca el chimó, por lo general en una muela y allí permanece diez, quince o veinte minutos, según la cantidad. El chiste consiste en irlo escupiendo lentamente hasta que se agota, dejando en el cuerpo la sensación de no estar pegado a la tierra, con una especie de somnolencia que puede llegar a la borrachera, si no se es un consumidor experimentado.

El chimó genera en el individuo una dependencia tanto física como psicológica, y al adicto le resulta muy difícil dejar el vicio, y en caso que lo logre, es después de muchos intentos infructuosos. Ahora expondré mis observaciones, que he ido recogiendo a lo largo de los años, y con la autoridad que me lo permite el hecho de que yo en una época fui un mascador empedernido.

Todos los consumidores tienen parasitosis intestinal, sin excepción. La extracción de la cajeta se hace por lo general, con la punta del dedo índice; otros lo muerden o lo sacan con una pequeña astilla. Debajo de las uñas se alojan, entre la mucha suciedad, miles de huevos de parásitos, sin mencionar los que acuden al baño y no se lavan las manos.

El chimó desprotege al estómago del efecto alcalino de la saliva, que contribuye a inhibir la acidez excesiva. Este desperdicio de saliva puede inducir o facilitar la gastritis, aunado a la pérdida del apetito en la mayoría de los adictos. También se absorbe en considerable cantidad a través de la mucosa sublingual, con la mayoría de los componentes nocivos del tabaco, incluyendo la nicotina; entra al torrente sanguíneo, luego a las neuronas, enervando la mente, debilitando la inteligencia y menguando los reflejos. A los consumidores de la droga se les hace difícil dilucidar problemas, asimilar nuevas enseñanzas y crear ideas innovadoras. A nivel fisiológico causa un aceleramiento casi imperceptible, pero real, de los latidos del corazón, contribuyendo a una vejez prematura y deterioro visible en todo el organismo. Un adicto que muera a los ochenta años, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que ha podido vivir hasta los noventa y cinco, y más años. Así de sencillo: él le quita a su aliado al menos diez años de vida. Yo lo llamo el vicio de la muerte lenta, que siempre cobra una víctima prematuramente.

 Si deseamos comprobar el daño que el chimó ejerce sobre el corazón, podemos realizar dos pruebas muy convincentes. Le tomamos el pulso y la tensión arterial a un masca chimó; luego le pedimos que se coloque en la boca una pequeña ración del potencial veneno; diez minutos después le tomamos el pulso y la tensión, y con toda seguridad estos valores habrán aumentado. El pulso que ha podido estar en 65 latidos por minuto alcanzará la cifra de 85 y más. La tensión que también ha podido estar el 120-80 mmHg (milímetros de mercurio) puede fácilmente llegar a 135-85(90) mmHg. Y estos valores suben en tan sólo diez minutos y estando la persona en reposo.

Se ha comprobado que una persona que empieza a mascar chimó a los veinte años, diez años después presenta una leve hinchazón del corazón, que seguirá en aumento si el vicio no se detiene. La prueba es muy sencilla. Al inicio se toma una Rayos X, y la otra, diez años después. La diferencia en el tamaño es notable.

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Les recomiendo a mis amigos del mundo visitar la página Web de “La Fundación Mundial para las Ciencias Naturales”: www.naturalscience.org/es
Mi segundo Blog: cronicasdearismendi.blogspot.com

Y como un regalo especial los remito al artículo: “Una Brújula Moral para el Viaje de la Vida”.

Arismendi, 03-06-2009
                                                               Zordy Rivero, Cronista

lunes, 1 de junio de 2009

NARRATIVA

Recuerdos del Gadín

El Gadín es un caserío que pertenece a la parroquia Guadarrama del municipio Arismendi. Lo más llamativo en invierno es el caño El Gadín, en cuyas aguas conviven el galápago, el babo y la culebra de agua, llamada también anaconda. Abunda tanto esta última, que a los pocos minutos de recorrer sus orillas se nos hace familiar.

Recuerdo que a la edad de ocho años mi madre me envió a casa de mi hermano mayor -que vivía cerca del caño- para que pasara las vacaciones de agosto. A los pocos días mis hermanos Adhely y Rafael me visitaron cuando iban hacia Guadarrama. Me invitaron a bañarme en el caño, aprovechando que mi hermano no se encontraba en casa, y yo alegre hasta más no poder los acompañé. Me entregaron un cuchillo que me ajusté a la cintura con un guaral; ellos también hicieron lo mismo.

-Si te agarra una culebra de agua -dijo Rafael-, sacas el cuchillo y la puyas hasta que nosotros te auxiliemos.

Entré al agua con recelo, pero al poco tiempo me había olvidado de un posible peligro. Durante toda la tarde estuvimos bañándonos y jugando. Afortunadamente no sucedió nada.

A la caída de la tarde regresamos a la casa. Mi hermano Reinaldo estaba en el patio, hachando un rolo de leña. Nos preguntó:

-¿Se bañaron en el caño?

-Sí, de allá venimos -dijo Rafael.

-¡Carajo chicos! en verdad los felicito -dijo molesto-. Si a ustedes no se los come un caimán o se los traga una culebra de agua, van a llegar bien lejos.

Cuarenta años después mi hermano Adhely escribió un hermoso libro de poemas titulado Tierras de Gadín, donde recoge vivencias y recuerdos de aquellos lugares de la infancia. Tal vez no hemos llegado muy lejos, pero sí estamos entrando en una edad madura con los recuerdos del Gadín a cuesta.
Zordy Rivero
Adi, 01-06-2009