Crónicas del Olvido Ciudad Guayana, lunes 10 de Agosto de 2012
Yo no lo sé
de cierto, pero supongo
que una
mujer y un hombre algún día se quieren,
se van quedando solos poco a
poco,
algo en su
corazón les dice que
están solos,
solos sobre
la tierra se penetran,
se van matando e! uno al otro.
Jaime Sabines
1.-
Con este poemario Adhely Rivero arriba a un espacio que había visitado en
tono menor o con otra mirada. No quiere esto decir que no haya estado en sus
accidentes, meandros, alturas y profundidades, pliegues, luces y sombras, en
sus habitantes arrumados por afectos o desafectos. Compañera (Ediciones A, Valencia 2012)
es el libro de un segundo aliento, el que
atañe al amor, a la mujer: la que llegó después de una primera y larga
experiencia cuya ruptura lo dejó un tiempo trastornado. Es el libro donde da con María, personaje
de carne y hueso que en estas páginas representa la idealización de
un reciente propósito existencial.
El poeta de Arismendi,
quien siempre ha por- fiado cor su tierra v sus labores, es hoy parte de otro
paisaje. el que lo confina a una hacienda con los animales de su diario
devenir. No está en la tierra siempre cantada, sino en una casa de campo
próxima al mar, ese otro llano como decía Lazo Martí:
"El llano es una
ola que ha caído". Esta escritura fue formulada en la costa con una mujer
al lado, correlato afectivo que tiene sus antecedentes en una dolorosa separación
que se advierte en muchos de los versos que en este libro moran.
2.-
Con un dejo en el que
Sabines levita, el autor de “Los Poemas del Viejo” desnuda su intimidad y
menciona con nombre y apellido a María Sequera, "compañera del alma",
quien como el texto del mexicano es motivo de incendios, de penetraciones sobre
la tierra, la misma que menciona Rivero en el epígrafe en el que recurre a
Rafael Cadenas ("Vivo/ como la tierra de donde vine/ la tierra que recorrí
con mi padre"). Y esta instancia, el autor deja ver al lector que
Arismendi sigue estando en la memoria: con una amante/enfermera a la que
"me dan ganas de decirte/ que no vayas al trabajo, / que te quedes en la
finca viendo los animales". Es la misma mujer que debe atender sus labores
en un hospital y a la que el poeta sugiere dejar "que Dios cuide sus
criaturas".
Un tema que
llama la atención en esta ¿nueva etapa? de Adhely Rivero tiene que ver con la
presencia de Dios en muchos de estos poemas. Se trata de versos/ plegarias en
los que el autor clama e invoca al Ser Supremo:
"Me voy a la
biblioteca a pedirle a Dios/ que se acaben los enfermos/ y me dé ánimo para
rezar y oírlos cantar". Los mismos enfermos que María atiende en el
hospital donde trabaja. En otro poema, inicia el texto un "Señor" que
convence más al lector de que Cierta feliz espiritualidad ha acudido a la vida
de quien escribe sin ningún temor, sin tapujo alguno sobre un tema tan
delicado. Así:
"Eres la
compañera más bella/ y completa/ que he tenido en mi vida. / Ahora vivo solo./ De una orilla a la otra el agua/ del mar es salobre./ A
Dios le quedan días/ para los dos en la eternidad./ A nosotros nos atajará la
casa,/ ese lugar de amor en la tierra".
El amor, se alcanza a
creer, atiza el fuego que la anterior poesía de Adhely Rivero trataba por otros
medios, a través de otros motivos. Ya no es el sitio, el lugar físico. La
mujer que esperó, en el que coinciden todos los sonidos, concita una
revelación: apuesta a la creencia de que Dios siempre ha sido el responsable de
la escogencia de la mujer de hoy. Entonces asume el hábito, pero no deja de
recordar que ha sido quebrantado, que ha "ganado mucho/ pero he perdido
todo". La soledad que le dejó el pasado se dibuja en el perfil de los animales de
crianza, en las lecturas y trazos que hace con las palabras, "contemplando el
desamor y cómo pasan mis días/ a la espera de la última mujer en mi vida".
Con este mismo tono añade que "La mujer que
tengo me va a incinerar". Añade sin ningún enmascaramiento que quien con
él vive lo esconde de todos para estar ellos dos. Y a ese paso, desliza:
"Y yo en vida pienso que no tendré/ una muerte Justa, bella, a
mi gusto./ Quiero pasar mi muerte/ en la sombra de un árbol frondoso".
Vieja ambición de quien nació en plena sabana. Y así el otro deseo: "No
dejes María que me pierda, / aprendo tanto cuando sueño".
3.-
Es un libro
de un hombre que viene del desarraigo, de una separación de "las miradas/
y las
comidas". Pero no se trata, como podrían creer
muchos, de un despecho lacrimógeno. Se trata de una mudanza a la soledad:
"Uno se va solo en el viaje del amor/ con la mirada de Dios". Para
luego entrar en una situación diferente: "para proponerte María vivir
conmigo la belleza/ del mundo en esta casa". Y más adelante escribir: “...
solo me llenan el terreno/ mi compañera del alma y avatares",
El sobresalto de la
ruptura quedó plasmado claramente en "La casa no se pelea/ le pertenece a
los hijos,/ a la mujer./ Tengo visto un terreno/ junto al mar,/ se ve el
cielo./ Uno debe tener animales pastando/ si tiene casa para su familia./ Voy
a vender las vasas lecheras/ los caballos de paso/ ,¡ los toros/ para comprarme una casa./ refundaré la finca./
después de haber salvado el amor./ Veré crecer animales en los pastizales/ sin
temor a la vejez,/ hasta que Dios tenga la última palabra". Y comienza de
nuevo otra etapa vital, con otro cuerpo, en otro tiempo.
Una clave
de este libro/otro de Adhely Rivero la encontramos en las más de diez veces
que nombra a "Dios". Las doce que menciona la palabra
"casa" y le agregamos cinco de "finca", siete veces
"mujer". Cinco aparece la palabra "amor" y catorce "mar" o lugares relacionados con el mar.
Es decir, el poeta, hasta ahora, ha encontrado el mundo en otro paisaje. Ya
volverá a sus andanzas, de nuevo a la tierra prometida, como ya ha anunciado
al margen de este libro.
Autor: Alberto Hernández
Viernes, 18-12-2020
Zordy Rivero, Cronista