lunes, 21 de diciembre de 2020

ADHELY RIVERO: COMPAÑERA

 

Crónicas del Olvido             Ciudad Guayana, lunes 10 de Agosto de 2012


 

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

que una mujer y un hombre algún día se quieren,

se van quedando solos poco a poco,

algo en su corazón les dice que están solos,

solos sobre la tierra se penetran,

se van matando e! uno al otro.

                                                                           Jaime Sabines­

1.-

Con este poemario Adhely Rivero arriba a un espacio que había visitado en tono menor o con otra mirada. No quiere esto decir que no haya estado en sus accidentes, meandros, alturas y profundidades, pliegues, luces y som­bras, en sus habitantes arrumados por afectos o desafectos. Compañera (Ediciones A, Valencia 2012) es el libro de un segundo aliento, el que atañe al amor, a la mu­jer: la que llegó después de una primera y larga experiencia cuya rup­tura lo dejó un tiempo trastornado. Es el libro donde da con María, per­sonaje de carne y hueso que en estas páginas re­presenta la idealización de un reciente propósito existencial.

El poeta de Arismendi, quien siempre ha por- fiado cor su tierra v sus labores, es hoy parte de otro paisaje. el que lo confina a una hacienda con los animales de su diario devenir. No está en la tierra siempre cantada, sino en una casa de campo próxima al mar, ese otro llano como decía Lazo Martí:

"El llano es una ola que ha caído". Esta escritura fue formulada en la cos­ta con una mujer al lado, correlato afectivo que tiene sus antecedentes en una dolorosa sepa­ración que se advierte en muchos de los versos que en este libro moran.

 

2.-

Con un dejo en el que Sabines levita, el autor de “Los Poemas del Viejo” desnuda su intimidad y menciona con nom­bre y apellido a María Sequera, "compañera del alma", quien como el texto del mexicano es motivo de incendios, de penetraciones sobre la tierra, la misma que menciona Rivero en el epígrafe en el que re­curre a Rafael Cadenas ("Vivo/ como la tierra de donde vine/ la tierra que recorrí con mi padre"). Y esta instancia, el autor deja ver al lector que Arismendi sigue estando en la memoria: con una amante/enfermera a la que "me dan ganas de decirte/ que no vayas al trabajo, / que te quedes en la finca viendo los animales". Es la misma mujer que debe atender sus labores en un hos­pital y a la que el poeta sugiere dejar "que Dios cuide sus criaturas".

Un tema que llama la atención en esta ¿nueva etapa? de Ad­hely Rivero tiene que ver con la presencia de Dios en muchos de estos poemas. Se trata de versos/ plegarias en los que el autor clama e invoca al Ser Supremo:

"Me voy a la biblioteca a pedirle a Dios/ que se acaben los enfermos/ y me dé ánimo para rezar y oírlos cantar". Los mismos enfermos que María atiende en el hospital donde trabaja. En otro poema, inicia el texto un "Señor" que convence más al lector de que Cierta feliz espi­ritualidad ha acudido a la vida de quien escribe sin ningún temor, sin tapujo alguno sobre un tema tan delicado. Así:

  "Eres la compañera más bella/ y comple­ta/ que he tenido en mi vida. / Ahora vivo solo./ De una orilla a la otra el agua/ del mar es salobre./ A Dios le quedan días/ para los dos en la eternidad./ A nosotros nos atajará la casa,/ ese lugar de amor en la tierra".

El amor, se alcanza a creer, atiza el fuego que la anterior poesía de Adhely Rivero trataba por otros medios, a tra­vés de otros motivos. Ya no es el sitio, el lugar físico. La mujer que esperó, en el que coinciden todos los sonidos, con­cita una revelación: apuesta a la creencia de que Dios siempre ha sido el responsable de la escogencia de la mujer de hoy. Entonces asume el hábito, pero no deja de recordar que ha sido quebrantado, que ha "ganado mucho/ pero he perdido todo". La soledad que le dejó el pasado se dibuja en el perfil de los animales de crianza, en las lec­turas y trazos que hace con las palabras, "con­templando el desamor y cómo pasan mis días/ a la espera de la última mujer en mi vida". Con este mismo tono añade que "La mujer que tengo me va a incine­rar". Añade sin ningún enmascaramiento que quien con él vive lo esconde de todos para estar ellos dos. Y a ese paso, desliza: "Y yo en vida pienso que no ten­dré/ una muerte Justa, bella, a mi gusto./ Quiero pasar mi muer­te/ en la sombra de un árbol frondoso". Vieja ambición de quien nació en plena sabana. Y así el otro deseo: "No dejes María que me pierda, / aprendo tanto cuando sueño".

 

3.-

Es un libro de un hombre que viene del desarraigo, de una sepa­ración de "las miradas/ y las comidas". Pero no se trata, como podrían creer muchos, de un despecho lacrimógeno. Se trata de una mudanza a la soledad: "Uno se va solo en el viaje del amor/ con la mirada de Dios". Para luego entrar en una situación diferente: "para proponerte María vivir conmigo la belleza/ del mundo en esta casa". Y más adelante escribir: “... solo me llenan el te­rreno/ mi compañera del alma y avatares",

El sobresalto de la ruptura quedó plasmado claramente en "La casa no se pelea/ le per­tenece a los hijos,/ a la mujer./ Tengo visto un terreno/ junto al mar,/ se ve el cielo./ Uno debe tener animales pastan­do/ si tiene casa para su familia./ Voy a vender las vasas lecheras/ los caballos de paso/ los toros/ para comprarme una casa./ refundaré la finca./ después de haber salvado el amor./ Veré crecer animales en los pastizales/ sin temor a la vejez,/ hasta que Dios tenga la última palabra". Y comienza de nuevo otra etapa vital, con otro cuerpo, en otro tiempo.

Una clave de este libro/otro de Adhely Ri­vero la encontramos en las más de diez veces que nombra a "Dios". Las doce que mencio­na la palabra "casa" y le agregamos cinco de "finca", siete veces "mujer". Cinco aparece la palabra "amor" y catorce "mar" o lugares relacionados con el mar. Es decir, el poeta, hasta ahora, ha encontrado el mundo en otro paisaje. Ya volverá a sus andan­zas, de nuevo a la tierra prometida, como ya ha anunciado al margen de este libro.

 

Autor: Alberto Hernández

 

Viernes, 18-12-2020

Zordy Rivero, Cronista