La Moral de Arismendi en el Siglo Pasado
El sábado 08 de agosto de 2015, en la mañana -y en compañía de María del Pilar Abreu, Moralí Rivero, Rudy Roxana Rodríguez, Daniel Herrera, Gerónimo Abreu, y mi persona-, emprendimos un viaje hacia Guadarrama, vía caño Guanarito en un fuera de borda piloteado por La Roncha. El viaje, muy placentero, escuchando el canto de las aves ribereñas bajo un cielo nublado, amenazante de lluvia, fue un regalo de mi hermana Moraima Rivero. Íbamos a la celebración del cumpleaños 64 de Rafael Rodríguez, mi tercer hermano. En Guadarrama nos esperaban su señora esposa, Clara Blanco y sus hijos y nietos. Tenían carne en vara, asada por el excelente asador, Chito Rodríguez. Fue una celebración familiar, sin baile ni música.
El sábado 08 de agosto de 2015, en la mañana -y en compañía de María del Pilar Abreu, Moralí Rivero, Rudy Roxana Rodríguez, Daniel Herrera, Gerónimo Abreu, y mi persona-, emprendimos un viaje hacia Guadarrama, vía caño Guanarito en un fuera de borda piloteado por La Roncha. El viaje, muy placentero, escuchando el canto de las aves ribereñas bajo un cielo nublado, amenazante de lluvia, fue un regalo de mi hermana Moraima Rivero. Íbamos a la celebración del cumpleaños 64 de Rafael Rodríguez, mi tercer hermano. En Guadarrama nos esperaban su señora esposa, Clara Blanco y sus hijos y nietos. Tenían carne en vara, asada por el excelente asador, Chito Rodríguez. Fue una celebración familiar, sin baile ni música.
Hablando con Rafael me contó una historia de su infancia,
cuando tenía aproximadamente siete años; historia que me dejó gratamente
impresionado. En el Arismendi de aquellos días existía la costumbre entre los
jóvenes de recolectar cajas de cigarrillos vacías para convertirlas en “dinero
de papel”, que eran usadas para jugar a los negociantes o bodegueros: Cada caja
tenía un valor equivalente al de un billete real. Mientras el cigarrillo fuera
más caro la envoltura tenía más “valor”.
En una ocasión el niño Rafael encontró una caja de
cigarrillos pero no vacía, pues tenía un billete de cincuenta bolívares en su
interior. Lleno de alegría corrió a casa de mi madre a entregarle el billete.
Mi madre alarmada preguntó que dónde lo había encontrado, tratando de averiguar
la procedencia de tanto dinero. Como ejemplo podríamos decir que ocho panes
valían un medio y el pasaje de un autobús en la ciudad una locha, es decir 0,12
centavos. Con cincuenta bolívares se podía comprar una vaca.
Mamá fue con su hijo tomado de la mano al Corroncho, lugar donde se había encontrado
el hallazgo. La idea era conseguir al dueño del billete. Finalmente acudió a la
prefectura y contó la historia con detalles. El prefecto retuvo el dinero bajo
su responsabilidad, dando tiempo a que apareciera el dueño. Los policías de
aquel entonces eran Bonifacio Madroñero, Nicolás Vázquez y Juan Michelena. Una
semana después mamá fue llamada a la prefectura para hacerle entrega de los
cincuenta bolívares.
Arismendi, 22-08-2015
Zordy Rivero,
Cronista