viernes, 11 de octubre de 2019

ESCRITOR ZORDY RIVERO


Fotografía de Adhely Rivero




EL PRESO MAYOR

                 Hoy he ido a la cárcel a visitar un amigo de mi abuelo. He ido con el consentimiento de mi padre. Lleva quince años, pagando una sentencia de veinticinco. Luce viejo, gastado, y no obstante conserva un brillo de esperanza en los ojos.
                “Conocí a tu abuelo —cuenta— cuando éramos niños. Ya siendo mayorcitos paseábamos por un banco que se prolongaba en una extensa sabana. Me dijo: En este lugar, amigo Ponciano, pasarás una larga temporada de tu vida. No le dí importancia a esa conversación;  uno camina en un ir y venir por el mundo, uno no es como los árboles que se siembran, se arraigan y mueren en el mismo lugar, plantados como un toro bravo.
                “Pasó el tiempo y en el mismo terreno hicieron una cárcel. Yo estaba muy lejos, en una apartada ciudad. De modo que cuando empezó la obra yo ni siquiera supe. La vi por primera vez cuando el presidente la inauguraba, por televisión.
                “Luego yo maté a Camilo Maluenga, el que me quitó mi mujer y de paso me llamó cobarde. Él se la buscó. Uno no es inmortal porque ocupe un cargo importante en el gobierno. Caí preso y a los pocos días me trasladaron a la cárcel que sin saber ni imaginar  había anunciado tu abuelo.


                “Tengo la esperanza de salir de aquí en poco tiempo. Él dijo: en este lugar pasarás una larga temporada de tu vida. No dijo: pasará aquí toda tu vida. En la frase inicial he puesto mi fe, mi esperanza, Dios”.



 EL CRONISTA

      “Ciudadano Alberto Lugo, presidente de la Cámara municipal de Guadarí; muy respetuosamente me dirijo a usted y a los ilustres consejales para saludarlos y hacerles extensiva la solicitud del cargo de cronista que tanta falta hace en estos momentos de crisis e incertidumbre. Mis credenciales no son muchas. Me atengo a la herencia de mi padre Marcelino Cañabrava, uno de los fundadores de este pueblo. Sin ínfulas ni falsas creencias de sabio, puedo decirles finalmente que me creo con la abilidad de ejercer dicho cargo con responsabilidad y cordura.
                Sin más que hacer referencia, se despide de usted.
Atte.

Eleuterio Cañabrava”.

La carta fue leída por la secretaria, quien al terminar hizo la siguiente observación: “Con la venia de los señores concejales y demás ciudadanos presentes, debo manifestar que la misiva  enviada por el pretendiente a cronista, incluye en sus pocas líneas dos palabras con errores ortográficos, que a mi entender son inadmisibles en una persona que se cree así misma escritor”.
“Gracias por la observación, señorita, dijo el presidente de la Cámara. Queda abierto el derecho de palabra”.
Se hizo un silencio absoluto, interrumpido por el movimiento de las hojas de papel o el borronear de un bolígrafo.
“Tomaré la palabra, dijo el presidente. Ya veo que nadie quiere lanzar la primera piedra, y eso está bien. Durante años hemos rechazado la solicitud que nos ha hecho Eleuterio, de ser nuestro cronista, y nosotros, ya sea por egoísmo, envidia o ignorancia la hemos rechazado, sólo porque el hombre es uno de los intelectuales más capaces que tenemos en el municipio. Eso lo vemos como una ofensa a nuestra ignorancia. Me atrevo a decir que esta carta no la escribió Eleuterio;  y si no me  creen revisen en los archivos la escritura impecable de las cartas anteriores; pero debo destacar que es grato que baje a nuestro nivel. Yo de mi parte levanto la mano a favor de que Eleuterio sea el cronista de Guadarí”.
Todos los ediles levantaron la mano en señal de aprobación.

El primer cronista de Guadarí siempre le agradeció a don Tulio Lovera el encabezado de la exitosa carta.



EL SALTO

                La madre tenía que salir todas las mañanas a trabajar a casa de una de las familias pudientes de la comunidad, por lo que debía dejar a la hija de quince años sola hasta el amanecer, hora en que llegaba una vecina a hacerle compañía. Era una niña hermosa, exageradamente hermosa, y no escapaba de la atención de jóvenes y adultos que por la casa merodeaban, disimulando que buscaban una dirección, cuando en realidad lo que pretendían era lograr una conversación con la chica. Afortunadamente la muchacha mostraba un carácter recio, intolerante. Sólo por esto último la madre la dejaba sola… y también por el revolver que estaba en la repisa, y que su hija sabía manejar bien.
                Una madrugada —después de la madre haber dejado la casa— Estela oyó ruidos en el techo. Aguzó el oído y percibió como si alguien destornillara los sujetadores del zinc. Salió de la cama y abrió la repisa. Si era un gato le causaría un susto único, pensó. Apuntó al techo y disparó. Oyó un quejido y luego  un salto en tierra como el de un animal grande. En la mañana miró una hilera de sangre que se dirigía a una esquina del patio. En la pared dejó marcas de sangre. Pensó que quizás le había dado a un gato. Ella lavó las manchas para que no llamara la atención de la madre y entonces hiciera preguntas que ella no sabría responder.
                Al día siguiente encontraron a Faustino Armentero, hombre de unos cincuenta años, con un disparo en el pecho. La policía pensó que la causa de la muerte era un ajuste de cuentas o peleas entre delincuentes, y dio el caso por terminado. Faustino era un ladrón intrépido, incorregible y muy despreciado en el lugar.
                Un mes después la madre de Estela subió al techo con un pote de petróleo líquido, dispuesta a sellar el orificio dejado por la bala. Encontró alrededor del agujero un pozo de sangre reseca, que no dejaba duda de que la víctima no habría sobrevivido jamás. En silencio bajó del techo, y en silencio permaneció durante el resto de sus días. Jamás le dijo a su hija que había asesinado a Faustino Armentero.



EL GOBERNADOR Y EL ESCRITOR

                   El gobernador recibió en su oficina al escritor con amabilidad; le tendió la mano  y lo invitó a sentarse, a la vez que éste le hacía entrega de su último libro recién publicado. Se hizo un silencio casi tenso mientras el jefe de Estado hojeaba el ejemplar. Entró sin anunciarse una joven con dos tazas de café. Colocó la bandeja en la mesa y salió como un ave que va de paso.
                —Tengo una curiosidad —dijo el hombre mayor levantando la frente, con el libro abierto—. La dedicatoria tiene la fecha de tres meses atrás. ¿Por qué le puso esa fecha  y no la de hoy?
                —Hice la dedicatoria el mismo día que pedí mi primera audiencia para entregarle el libro —dijo el escritor—. En los días venideros me resultó imposible comunicarme con usted. Siempre me decían: está en una reunión, ocupado, indispuesto, o venga otro día. No es fácil hablar con usted. Seis veces lo intenté hasta que hoy obtuve el dichoso placer de saludarlo en su oficina. Pero yo no debería quejarme. Allá afuera hay personas que, desde hace cuatro meses esperan tener una audiencia con su excelencia. Creo que los sostiene una gran fe y esperanza.
                —De modo que así marchan las cosas allá afuera —dijo el gobernador ensimismado—. Ahora lo vengo a saber. Es increíble que un ciudadano tarde tres meses y aún más para poder entrevistarse conmigo. Yo me debo al pueblo, por él estoy aquí. No he comenzado a leer el libro y ya me ha impresionado.
                Hablaron de variados tópicos, y cuando el escritor se hubo retirado, él quedó pensativo, mirando la dedicatoria, como si sopesara una idea o un cambio.
Al año siguiente hubo elecciones y el gobernador fue reelecto para un segundo periodo. Muy pocas veces se le vio en su oficina.


Fotografía de Adhely Rivero

ZORDY RIVERO. Venezuela, 1959. Escritor, cronista y Médico Cirujano, egresado de la Universidad de Carabobo. Ha publicado: Cuentos (Ediciones de la universidad Ezequiel Zamora, 1988), El Muchacho del Chaleco Rojo. Editorial Guadarí, primera edición, 1988 y segunda edición, 1991; Último Litigio. Editorial Guadarí, 1991; Relatos y Fábulas. Auspiciado por la Gobernación del Estado Barinas, el CONAC y la Asociación de Escritores del Estado Barinas, 2003; La Réplica. Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2013 . Fue miembro del Grupo Artístico “Un paso al Frente” por los años de 1970. Es miembro de la Asociación de Escritores del Estado  Barinas y Cronista del Municipio Arismendi, donde ejerció la profesión de médico hasta su jubilación en 2014.


jueves, 10 de octubre de 2019

MIS EXPERIENCIAS EN LA MEDICINA XLIII

Un Elixir Regenerador

Hace algún tiempo me encontré con un viejo amigo de la infancia, quien tras una prolongada conversación me dijo que existía en la Naturaleza una sustancia capaz de regenerar tejidos y órganos enfermos. Habiendo recibido la orientación necesaria me avoqué a buscar la sustancia milagrosa… y pasado menos de un año la encontré. Inicialmente no hice nada, es decir, no experimenté con la sustancia medicinal, quizás porque no creía en ella, o por la sencilla razón de que algo tal elemental creado por la naturaleza pudiera tener tanto poder. Me dediqué a recoger la materia prima y almacenarla en un frasco grande de cerámica. Cada día recogía unos cuantos gramos y la almacenaba; luego me dedicaba a mis actividades cotidianas: leer, escribir, estudiar y atender uno que otro paciente que necesitaba de mi ayuda para que lo liberara del helicobacter Pylori, causante de ulceras gástricas y gastroduodenales, y que los médicos todavía no han logrado controlar, para no hablar de erradicar. Yo con cuatro sesiones de terapia lo desaparezco para siempre. Pero volvamos a lo primero.

Un día me encontré con un paciente que iba a ser operado de una tumoración abdominal. Le referí que yo poseía un remedio que era capaz de regenerar tejidos y órganos enfermos. Le preparé un litro del elixir que él bebió con mucha fe. Lo sorprendente es que al mes siguiente su médico tratante, después de una revisión minuciosa, determinó que ya no necesitaba la operación, y que fuera lo que fuera que estuviera haciendo, que lo siguiera haciendo. Tres meses después había recuperado completamente su salud. 

Actualmente preparo este elixir de manera artesanal, y la mayoría de las veces lo regalo con la condición de que cada paciente me relate sobre sus propiedades curativas. Uno de los casos más alentadores se relaciona con mi amigo Pedro M., quien padece de diabetes, por lo que debe tomar medicamentos a diario para mantener el azúcar a raya. Todas las noches se levantaba al menos tres veces a orinar de manera abundante. Al empezar a tomar mi elixir sólo orina una sola vez en la noche. Otro caso que deseo compartir con ustedes es que en la mayoría de los que han cumplido una semana de tratamiento se empieza a percibir un rejuvenecimiento notable y visible. Este hecho último es previsible, tratándose de un revitalizante.   

Sé que mis lectores tendrán muchas preguntas, pero será hasta otra ocasión que vuelva a compartir con los muchos seguidores de mi blog…

Jueves, 10-10-2019
Zordy Rivero, Cronista