Fotografía de Adhely Rivero
EL PRESO MAYOR
Hoy he ido a la cárcel a
visitar un amigo de mi abuelo. He ido con el consentimiento de mi padre. Lleva
quince años, pagando una sentencia de veinticinco. Luce viejo, gastado, y no
obstante conserva un brillo de esperanza en los ojos.
“Conocí a tu abuelo —cuenta—
cuando éramos niños. Ya siendo mayorcitos paseábamos por un banco que se
prolongaba en una extensa sabana. Me dijo: En este lugar, amigo Ponciano,
pasarás una larga temporada de tu vida. No le dí importancia a esa
conversación; uno camina en un ir y
venir por el mundo, uno no es como los árboles que se siembran, se arraigan y
mueren en el mismo lugar, plantados como un toro bravo.
“Pasó el tiempo y en el mismo
terreno hicieron una cárcel. Yo estaba muy lejos, en una apartada ciudad. De
modo que cuando empezó la obra yo ni siquiera supe. La vi por primera vez
cuando el presidente la inauguraba, por televisión.
“Luego yo maté a Camilo
Maluenga, el que me quitó mi mujer y de paso me llamó cobarde. Él se la buscó.
Uno no es inmortal porque ocupe un cargo importante en el gobierno. Caí preso y
a los pocos días me trasladaron a la cárcel que sin saber ni imaginar había anunciado tu abuelo.
“Tengo la esperanza de salir de
aquí en poco tiempo. Él dijo: en este lugar pasarás una larga temporada de tu
vida. No dijo: pasará aquí toda tu vida. En la frase inicial he puesto mi fe,
mi esperanza, Dios”.
“Ciudadano Alberto Lugo, presidente de la
Cámara municipal de Guadarí; muy respetuosamente me dirijo a usted y a los
ilustres consejales para saludarlos y hacerles extensiva la solicitud del cargo
de cronista que tanta falta hace en estos momentos de crisis e incertidumbre.
Mis credenciales no son muchas. Me atengo a la herencia de mi padre Marcelino
Cañabrava, uno de los fundadores de este pueblo. Sin ínfulas ni falsas
creencias de sabio, puedo decirles finalmente que me creo con la abilidad de
ejercer dicho cargo con responsabilidad y cordura.
Sin más que hacer referencia,
se despide de usted.
Atte.
Eleuterio Cañabrava”.
La carta fue leída por la
secretaria, quien al terminar hizo la siguiente observación: “Con la venia de
los señores concejales y demás ciudadanos presentes, debo manifestar que la
misiva enviada por el pretendiente a
cronista, incluye en sus pocas líneas dos palabras con errores ortográficos,
que a mi entender son inadmisibles en una persona que se cree así misma
escritor”.
“Gracias por la observación,
señorita, dijo el presidente de la Cámara. Queda abierto el derecho de
palabra”.
Se hizo un silencio absoluto,
interrumpido por el movimiento de las hojas de papel o el borronear de un
bolígrafo.
“Tomaré la palabra, dijo el
presidente. Ya veo que nadie quiere lanzar la primera piedra, y eso está bien.
Durante años hemos rechazado la solicitud que nos ha hecho Eleuterio, de ser
nuestro cronista, y nosotros, ya sea por egoísmo, envidia o ignorancia la hemos
rechazado, sólo porque el hombre es uno de los intelectuales más capaces que
tenemos en el municipio. Eso lo vemos como una ofensa a nuestra ignorancia. Me
atrevo a decir que esta carta no la escribió Eleuterio; y si no me
creen revisen en los archivos la escritura impecable de las cartas
anteriores; pero debo destacar que es grato que baje a nuestro nivel. Yo de mi
parte levanto la mano a favor de que Eleuterio sea el cronista de Guadarí”.
Todos los ediles levantaron la
mano en señal de aprobación.
El primer cronista de Guadarí
siempre le agradeció a don Tulio Lovera el encabezado de la exitosa carta.
EL SALTO
La madre tenía que salir todas
las mañanas a trabajar a casa de una de las familias pudientes de la comunidad,
por lo que debía dejar a la hija de quince años sola hasta el amanecer, hora en
que llegaba una vecina a hacerle compañía. Era una niña hermosa, exageradamente
hermosa, y no escapaba de la atención de jóvenes y adultos que por la casa
merodeaban, disimulando que buscaban una dirección, cuando en realidad lo que
pretendían era lograr una conversación con la chica. Afortunadamente la
muchacha mostraba un carácter recio, intolerante. Sólo por esto último la madre
la dejaba sola… y también por el revolver que estaba en la repisa, y que su
hija sabía manejar bien.
Una madrugada —después de la
madre haber dejado la casa— Estela oyó ruidos en el techo. Aguzó el oído y
percibió como si alguien destornillara los sujetadores del zinc. Salió de la
cama y abrió la repisa. Si era un gato le causaría un susto único, pensó.
Apuntó al techo y disparó. Oyó un quejido y luego un salto en tierra como el de un animal
grande. En la mañana miró una hilera de sangre que se dirigía a una esquina del
patio. En la pared dejó marcas de sangre. Pensó que quizás le había dado a un
gato. Ella lavó las manchas para que no llamara la atención de la madre y
entonces hiciera preguntas que ella no sabría responder.
Al día siguiente encontraron a
Faustino Armentero, hombre de unos cincuenta años, con un disparo en el pecho.
La policía pensó que la causa de la muerte era un ajuste de cuentas o peleas
entre delincuentes, y dio el caso por terminado. Faustino era un ladrón
intrépido, incorregible y muy despreciado en el lugar.
Un mes después la madre de
Estela subió al techo con un pote de petróleo líquido, dispuesta a sellar el
orificio dejado por la bala. Encontró alrededor del agujero un pozo de sangre
reseca, que no dejaba duda de que la víctima no habría sobrevivido jamás. En
silencio bajó del techo, y en silencio permaneció durante el resto de sus días.
Jamás le dijo a su hija que había asesinado a Faustino Armentero.
EL GOBERNADOR Y EL ESCRITOR
El gobernador recibió en su
oficina al escritor con amabilidad; le tendió la mano y lo invitó a sentarse, a la vez que éste le
hacía entrega de su último libro recién publicado. Se hizo un silencio casi
tenso mientras el jefe de Estado hojeaba el ejemplar. Entró sin anunciarse una
joven con dos tazas de café. Colocó la bandeja en la mesa y salió como un ave
que va de paso.
—Tengo una curiosidad —dijo el
hombre mayor levantando la frente, con el libro abierto—. La dedicatoria tiene
la fecha de tres meses atrás. ¿Por qué le puso esa fecha y no la de hoy?
—Hice la dedicatoria el mismo
día que pedí mi primera audiencia para entregarle el libro —dijo el escritor—.
En los días venideros me resultó imposible comunicarme con usted. Siempre me
decían: está en una reunión, ocupado, indispuesto, o venga otro día. No es
fácil hablar con usted. Seis veces lo intenté hasta que hoy obtuve el dichoso
placer de saludarlo en su oficina. Pero yo no debería quejarme. Allá afuera hay
personas que, desde hace cuatro meses esperan tener una audiencia con su
excelencia. Creo que los sostiene una gran fe y esperanza.
—De modo que así marchan las cosas allá afuera —dijo el gobernador
ensimismado—. Ahora lo vengo a saber. Es increíble que un ciudadano tarde tres
meses y aún más para poder entrevistarse conmigo. Yo me debo al pueblo, por él
estoy aquí. No he comenzado a leer el libro y ya me ha impresionado.
Hablaron de variados tópicos, y
cuando el escritor se hubo retirado, él quedó pensativo, mirando la
dedicatoria, como si sopesara una idea o un cambio.
Al año siguiente hubo elecciones
y el gobernador fue reelecto para un segundo periodo. Muy pocas veces se le vio
en su oficina.
Fotografía de Adhely Rivero
ZORDY RIVERO. Venezuela, 1959.
Escritor, cronista y Médico Cirujano, egresado de la Universidad de Carabobo.
Ha publicado: Cuentos (Ediciones de la universidad Ezequiel Zamora, 1988), El
Muchacho del Chaleco Rojo. Editorial Guadarí, primera edición, 1988 y segunda
edición, 1991; Último Litigio. Editorial Guadarí, 1991; Relatos y Fábulas. Auspiciado por la Gobernación del Estado Barinas, el CONAC y la Asociación de
Escritores del Estado Barinas, 2003; La Réplica. Fundación Editorial El Perro y
la Rana, 2013 . Fue miembro del Grupo Artístico “Un paso al Frente” por los
años de 1970. Es miembro de la Asociación de Escritores del Estado Barinas y Cronista del Municipio Arismendi,
donde ejerció la profesión de médico hasta su jubilación en 2014.