martes, 20 de diciembre de 2016

NARRATIVA

Una Mapanare Presa

En los días en que viví en el cerro con mis reses, un perro y mi soledad, tuve de enemigo a las mapanares que abundan en esa zona, y que cada año cobran vidas de animales domésticos y personas. Yo sabía que cuando uno empieza a matarlas ellas se multiplican de manera acelerada y ya no las puedes detener; a veces llegan a invadir las casas, que al inicio es como una advertencia o un aviso de que te vayas o sino, tus días están contados.

Después de pensarlo con detenimiento me interné en el bosque y busqué la mapanare más grande que jamás había visto. Sabía dónde vivía y hacia allí orienté mis pasos… hasta que la encontré. La atrapé y la metí en un saco; luego en casa la introduje en una especie de jaula. La coloqué en un sitio con poca luz, pero muy fresco.
Mapanare
Desde el primer día me le acerqué y le hablé. Le dije que no tenía intención de matarla, pues si así fuera lo habría hecho nada más encontrarla; solo deseaba que nos entendiéramos y que les dijera a las otras que no deseaba que siguieran matando a mis animales. Si yo no las agredía porqué habían de hacerlo ellas. Que quizás el antiguo dueño de la casa no era muy amistoso con ellas, no lo dudo, pero esa era otra historia, y que yo no repetiría; de hecho, ellas acabaron con su miserable vida, pero debían entender que ese no era mi caso, pues, yo les tenía amor, cariño y respeto; acaso no lo dijo el mismo Maestro Jesús: el verdadero amor es el que se expresa hacia nuestros enemigos; pero debían entender que yo no era su enemigo.

Al final de la conversación le ofrecí un trozo de carne, pero no lo aceptó. Al otro día lo encontré en el mismo sitio ya descompuesto. Volví a hablarle y esta vez la observé más calmada, menos dispuesta a la agresión. Al terminar le ofrecí otra ración de carne, que previamente había colocado al rescoldo del fogón, pero tampoco la comió. De manera que todo parecía perdido. Le dije que no despreciara mi comida, que en cuanto aceptara mi hospitalidad me comprometía a dejarla en libertad. Esa noche me retiré a mi dormitorio lleno de esperanzas en una salida favorable. A eso de la media noche sentí el chillido agudo de un ratón; uno que había caído en la trampa, en su trampa.


En la mañana mi alegría fue inmensa, pues mi anfitriona había aceptado la comida. Abrí la puerta de la jaula y le dije que se fuera y que podíamos vivir en armonía en la inmensidad de la montaña. La mapanare se fue desenrollando y lentamente salió de la pequeña cárcel; sin mirarme desapareció por el camino del monte. En la medida que se retiraba vi, sorprendido, varias serpientes que se les unieron, salidas de los matorrales. Sin saber me encontraba rodeado por un centenar de mapanares. En algún momento mi anfitriona les envió el mensaje de su ubicación. Sólo diré que el resto de los años que pasé en el cerro y que sumaron cinco, jamás volví a tener altercados con las mapanares. A ella, a la mayor la vi varias veces en su hábitat. Cuando la precisaba le hablaba y le daba las gracias. Sé que ella no entendía mis palabras, pero sí captaba la esencia de mi amor que la envolvía; y quizás fue eso lo que consolidó nuestra amistad: mi amor hacia las culebras.

Valencia, 20-12-2016
Zordy Rivero

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