sábado, 13 de junio de 2015

MIS EXPERIENCIAS EN LA MEDICINA I

Durante los últimos 23 años de mi ejercicio en la medicina general, viví y experimenté situaciones que dejaron una honda enseñanza en mi persona, y que ahora deseo compartir con mis fieles lectores, para que a su vez la compartan con sus semejantes o seres queridos.

En una ocasión se me presentó a la consulta una madre con su hija pequeña, en brazos. Padecía de ataques de asma al menos una vez a la semana. Respondía parcialmente (muy mal) al tratamiento farmacológico, el cual era realmente tóxico, por la excesiva cantidad de efectos secundarios. A la tercera visita le dije a la joven madre que el problema de su hija se encontraba en su casa, pues, a mi entender, era una asma alérgica y que mientras no se corrigiera la situación, la pequeña seguiría presentando la misma sintomatología. Además, y por lo general, un niño pequeño sale poco de casa. Investigaron pero no dieron con la causa del padecimiento y a la semana siguiente estaba allí, frente a mí, verdaderamente preocupada. Les dije que sacaran a la niña de la casa y la llevaran a la de algún pariente cercano. Lo hicieron y la niña sanó. Después averiguaron que era alérgica a los detergentes usados en el lavado de la ropa. Sacaron el lavandero de la casa y asunto arreglado, jamás volvió a sufrir de asma.

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El niño tenía doce años y presentaba fiebre alta, consecuencia de una amigdalitis aguda purulenta. Se encontraba muy tóxico, El cuadro clínico aparecía con la regularidad de una vez al mes. Su estado general era muy deprimente y de su boca emanaba una pestilencia tan fuerte que contaminaba todo el ambiente. Se le habían aplicado tantos antibióticos que creó resistencia a los mismos, es decir que ya no respondía a las drogas antimicrobianas. Tenía a primera vista, como solución, dos opciones: referirlo a un especialista que al final indicaría una operación amigdalar o averiguar la causa y resolverla. Me decidí por la segunda. Realicé un arduo interrogatorio a sus progenitores y al paciente y descubrí que era adicto al azúcar refinado: caramelos, helados, refrescos etc. Cada vez que el paciente se abarrotaba de comidas chatarras y bebidas azucaradas, con toda seguridad, recaía. Se le cambió la dieta alimentaria, haciendo hincapié en las frutas y alimentos sanos. También se le enseñó a realizar ejercicios respiratorios -una a dos veces al día-, entendiendo que la gran mayoría de las bacterias mueren ante la presencia de una sangre saturada de oxígeno. No hubo necesidad de una operación, ni de la aplicación de antibióticos cada vez más potentes, que pudieran dañar sus riñones, como sucede con mucha frecuencia. En la actualidad ha seguido sano y es un deportista muy eficiente.

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Después de darme sus datos personales el paciente me dijo que era muy infeliz y que se encontraba deprimido.
Sin muchos rodeos le respondí: Las personas más infelices que conozco son los tracaleros, extorsionadores, usureros, mentirosos, corruptos, sádicos, adúlteros, intolerantes, mala pagas, rencorosos, chismosos, ventajistas, picaros (esos que se colean y que piensan que son más listos que los demás) y a los que han elegidos el dinero por Dios. La lista es muy larga pero si usted tiene alguno de estos defectos, debería ir a casa y empezar a corregirlos, y pronto se encontrará en el camino de la libertad, de la felicidad.
El paciente dijo que tenía varios de los defectos antes mencionados y que ahora entendía el grado de su infelicidad. Se retiró afligido pero con el corazón lleno de fe y esperanzas en una vida mejor y más útil.

Arismendi, 12-06-2015
Zordy Rivero, Cronista

1 comentario:

  1. Me vino a la memoria un libro que leí en mi lejana juventud "Médico de cuerpos y almas" La vida de Lucano, médico griego que encontró en su ejercicio profesional que las dolencias del cuerpo iban relacionadas a las dolencias del alma

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