Durante los últimos 23 años de mi ejercicio en la
medicina general, viví y experimenté situaciones que dejaron una honda
enseñanza en mi persona, y que ahora deseo compartir con mis fieles lectores,
para que a su vez la compartan con sus semejantes o seres queridos.
En una ocasión se me presentó a la consulta una madre
con su hija pequeña, en brazos. Padecía de ataques de asma al menos una vez a
la semana. Respondía parcialmente (muy mal) al tratamiento farmacológico, el
cual era realmente tóxico, por la excesiva cantidad de efectos secundarios. A
la tercera visita le dije a la joven madre que el problema de su hija se
encontraba en su casa, pues, a mi entender, era una asma alérgica y que
mientras no se corrigiera la situación, la pequeña seguiría presentando la
misma sintomatología. Además, y por lo general, un niño pequeño sale poco de
casa. Investigaron pero no dieron con la causa del padecimiento y a la semana
siguiente estaba allí, frente a mí, verdaderamente preocupada. Les dije que
sacaran a la niña de la casa y la llevaran a la de algún pariente cercano. Lo
hicieron y la niña sanó. Después averiguaron que era alérgica a los detergentes
usados en el lavado de la ropa. Sacaron el lavandero de la casa y asunto arreglado,
jamás volvió a sufrir de asma.
*
El niño tenía doce años y presentaba fiebre alta, consecuencia de una amigdalitis aguda purulenta. Se encontraba muy tóxico, El cuadro clínico aparecía con la regularidad
de una vez al mes. Su estado general era muy deprimente y de su boca emanaba una
pestilencia tan fuerte que contaminaba todo el ambiente. Se le habían aplicado
tantos antibióticos que creó resistencia a los mismos, es decir que ya no
respondía a las drogas antimicrobianas. Tenía a primera vista, como solución, dos
opciones: referirlo a un especialista que al final indicaría una operación
amigdalar o averiguar la causa y resolverla. Me decidí por la segunda. Realicé
un arduo interrogatorio a sus progenitores y al paciente y descubrí que era
adicto al azúcar refinado: caramelos, helados, refrescos etc. Cada vez que el
paciente se abarrotaba de comidas chatarras y bebidas azucaradas, con toda
seguridad, recaía. Se le cambió la dieta alimentaria, haciendo hincapié en las
frutas y alimentos sanos. También se le enseñó a realizar ejercicios
respiratorios -una a dos veces al día-, entendiendo que la gran mayoría de las
bacterias mueren ante la presencia de una sangre saturada de oxígeno. No hubo
necesidad de una operación, ni de la aplicación de antibióticos cada vez más
potentes, que pudieran dañar sus riñones, como sucede con mucha frecuencia. En
la actualidad ha seguido sano y es un deportista muy eficiente.
*
Después de darme sus datos personales el paciente me
dijo que era muy infeliz y que se encontraba deprimido.
Sin muchos rodeos le respondí: Las personas más
infelices que conozco son los tracaleros, extorsionadores, usureros,
mentirosos, corruptos, sádicos, adúlteros, intolerantes, mala pagas, rencorosos,
chismosos, ventajistas, picaros (esos que se colean y que piensan que son más listos
que los demás) y a los que han elegidos el dinero por Dios. La lista es muy
larga pero si usted tiene alguno de estos defectos, debería ir a casa y empezar
a corregirlos, y pronto se encontrará en el camino de la libertad, de la
felicidad.
El paciente dijo que tenía varios de los defectos antes mencionados y que ahora entendía el grado de su infelicidad. Se retiró afligido
pero con el corazón lleno de fe y esperanzas en una vida mejor y más útil.
Arismendi, 12-06-2015
Zordy Rivero, Cronista
Me vino a la memoria un libro que leí en mi lejana juventud "Médico de cuerpos y almas" La vida de Lucano, médico griego que encontró en su ejercicio profesional que las dolencias del cuerpo iban relacionadas a las dolencias del alma
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