sábado, 18 de agosto de 2018

CRÓNICAS

MÁXIMO MERCADO

En mi juventud tuve la dicha de conocer a Máximo Mercado, quien murió pasado los 100 años en su casa de Arismendi, agobiado por la pesada carga de la vejez. Pero además de conocerlo en lo personal, fuimos grandes amigos y conversamos sobre distintos tópicos de la vida del pueblo y del país. Recuerdo que en una ocasión me contó que en el gobierno de Juan Vicente Gómez él tuvo a su cargo la responsabilidad de llevar los presos de Arismendi a Barinas, para ser juzgados y condenados, o absueltos según el caso. La mayoría eran cuatreros, homicidas y mal vividores, es decir, asoladores de pueblos, o lo que en criollo se conocía como guapos. Al salir de Arismendi con los presos, Máximo se colgaba un medallón al cuello, que era como una insignia o distintivo asignado por el gobierno, y que su sola presencia emanaba una poderosa impresión. A la caída de la tarde elegían una casa como posada para pasar la noche. Allí eran atendidos a las mil maravillas, pues una recomendación al presidente del Estado era como una bendición que redundaba en beneficios para la familia anfitriona. Pero lo contrario —el no atenderlos— era como una desgracia que caía sobre toda la familia y la comunidad. Cuando eran gentes muy pobres, el dueño de la casa era asistido por sus vecinos. Después de la partida de la comitiva, esa casa era vista con tal privilegio, que sin quererlo el dueño se convertía en un líder y una referencia, para cuando un paisano quisiera obtener una ayuda del gobierno. Esa familia se convertía en aliada del general Gómez y del gobierno en su totalidad.

Me contó Máximo que en una oportunidad uno de los aduladores del general Gómez escuchó a un humilde campesino de un apartado pueblo, decir en su casa lo siguiente:
“Yo aquí mando más que el general Gómez”.
El adulador viajó hasta Maracay para contarle al general que en interior del país había escuchado a un hombre decir que él mandaba más que el benemérito.
El general le encomendó al adulador que deseaba conocer al susodicho personaje, pues en todo el territorio Nacional no podía existir otro hombre que mandara más que él.
Se lo llevaron, y cuando el hombre estuvo frente al general, este le preguntó:
“Quiero que me explique cómo es eso de que usted manda más que yo”.                
“Sí mi general —dijo el hombre todo tembloroso—, a veces le digo a mi mujer que yo en mi casa mando más que usted, porque yo paso todo el día mandando pero nadie me pone cuidado, en cambio usted manda una sola vez y todo el mundo le obedece”.
Esta salida le causó mucha risa y agrado al general Gómez, quien como recompensa le hizo entrega al campesino de una marusita de monedas para que viviera el resto de su existencia sin muchas dificultades.
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Sabado, 18-08-2018
Zordy Rivero, Cronista

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