El Hombre de Luz
Frente
a mi apartamento vivía una señora de unos cuarenta años, muy religiosa y
devota. Cada vez que nos encontrábamos en la calle, quedaba mirándome con
extrañeza, como una cosa rara. Ya me resultaba molesta la expresión de sorpresa
al mirarme.
Me
compré unos binoculares. Una tarde desde mi apartamento miré hacia el de la
señora; mi sorpresa fue grande al notar que ella también me espiaba. Durante
varios días la vi haciendo la misma actividad. Molesto por la insistencia, la
abordé en la calle, y le pregunté que cuál era el motivo de su curiosidad en
mirar a mi apartamento.
-En
días recientes -dijo sin inmutarse- he
notado una luz blanca que sale de su cuerpo, en especial cuando está meditando.
¿Cómo lo hace?
-¡No
sé de qué me habla señora! –respondí sorprendido.
No
obstante, mi rechazo, me pidió que la tocara. Padecía de una extraña enfermedad
y tenía la esperanza de que mi luz le devolviera la salud.
La
señora curó milagrosamente de sus dolencias, según dijo. A los pocos días una
avalancha de personas enfermas invadió mi privacidad. Tuve que marcharme a otro
lugar, donde, pasado poco tiempo la gente descubre la supuesta luz que emana de
mi cuerpo. Desesperado tengo que salir
corriendo a otra región tras haber tocado a mucha gente.
A
raíz de mi facultad de curación, he sido estudiado por científicos de una
universidad de medicina, quienes aseguran que de mi cuerpo, inexplicablemente,
emana una energía superior al común de los mortales, y de ahí mi poder
curativo.
Dos
o tres veces al año desaparezco de la ciudad, me interno en las montañas donde
recobro nuevas energías para seguir llevando aliento a los enfermos de toda
índole.
Arismendi, 05-07-2016
Zordy Rivero
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