Al entrar en la
oficina del Alcalde, Críspulo Romero se quitó el sombrero e hizo una leve
reverencia. El Alcalde se levantó de su asiento y caminó hasta la entrada para
saludar al visitante. Le dio la mano y le señaló un asiento, a la vez que le
indicó a la secretaria que le sirviera una taza de café sin azúcar.
-Soy todo oído,
amigo Críspulo -dijo el Alcalde-. ¿Qué lo trae por aquí… en qué puedo servirle?
-Mi petición es
sencilla… y aunque parezca tonta, no lo es. Cerca de mi casa está el campo
donde los muchachos juegan pelota. De la paja que crece en ese campo van a
comer allí muchos pajaritos. Cada vez que usted envía a los trabajadores a regar
veneno, mueren muchos arroceritos, paraulatas, azulejos y gonzalitos, que
siempre andan buscando semillas y gusanitos. Hoy vengo a interceder por ellos.
-Entiendo su
preocupación. El caso es que ya se compró el veneno… sin embargo, siento
curiosidad de su preocupación por las aves.
-Le explicaré. Recientemente
acudí al médico y me encontró una alteración leve del corazón. Me dijo que se
me quitaría con un poco de música suave. Y para qué necesito de otra música, si
la tengo todas las mañanas y en abundancia de los pajaritos que acuden al
campo.
El Alcalde
sonrió con una risa menuda de complacencia y acuerdo tácito.
-Veré que hago,
pero cuente que seguirá teniendo su música por mucho, mucho tiempo aún.
No se volvió a
regar veneno en el campo de juego, y el año de la salida del Alcalde, ya no se
regaba veneno en todo el municipio.
Valencia, 17-07-2016
Zordy Rivero
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