El municipio Arismendi con sus tres
parroquias conforman un pueblo llanero
pluricultural, debido a que siempre ha recibido influencias de otros Estados
que no se relacionan directamente con nuestra ciudad capital, Barinas. Con esto
quiero dejar entrever que las crónicas hay que buscarlas en Guanarito, Ospino,
El Baúl, Calabozo, Camaguán, San Fernando de Apure, Achaguas y Apurito. La mayoría de los Curas que venían
a nuestros pueblos en temporadas de fiestas patronales, se llevaban sus libros
de bautismos a sus lugares de procedencia, y allí permanecen a la espera de
darlos a conocer. Con los pueblos mencionados hemos tenido relaciones
comerciales, culturales y religiosas desde su fundación. Existen caseríos como
San Jaime y San Pablo Vivero que tienen su propia historia, y que para el común
de la gente son extrañas o desconocidas. Tuvieron en días lejanos su esplendor,
que trascendió a la historia. También existen personas que han ocupado un lugar
preeminente en el país y que nacieron en este terruño y estudiaron en nuestras
escuelas; a ellos hay que darlos a conocer. Los muchos políticos, ya viejos, y
que en el siglo pasado hicieron su aporte a la comunidad, hoy, en su gran
mayoría, se mantienen en el olvido.
Sólo mencionaré algunos de los
paisanos más recordados que pasaron por Arismendi, y que perduran en la memoria
de quienes compartieron momentos gratos con tan singulares personajes: El Padre Acero, un sacerdote viejo muy
simpático que estaba convencido de la transformación de los pueblos por la obra
de Dios, y creó en la gente que lo escuchó, una conciencia diáfana y de
justicia apegada a la verdad. Don Pedro
Daza, un cuentacuentos muy singular, que poseía los perros más famosos de
Yacural y sus alrededores, entrenados para que pescaran cachamas por su propia
cuenta. Pedro Vicente Venero, un
coleador muy enamorado, que cuando se fue haciendo viejo enseñó a su hijo Pedrito a colear desde un carro Toyota
a toda carrera, en plena sabana. La primera vez que el joven lo intentó, en un
movimiento brusco, salió pegado de la cola de una vaca, quedando como una
berenjena, y que dicho acto por poco le
cuesta la vida. Ramón Sabino Daza,
alias Cirolo, que se inició como
espantapájaros en el fundo El Tigre, propiedad de don Gustavo E. Pinto, el dueño original de “La Casa del Pueblo”. Después
lo ascendieron a cocinero y cuidador de casa. Un real al día y la comida era la
paga. Mi padrino Ramón Mendoza, que
aún vive con el padecimiento de la artritis, especialista en hacer las mortajas
a los difuntos y a la vez veterano rezandero, quizás el hombre que ha tenido
más ahijados en Arismendi, y que después se dedicó a cuidar fincas y sobador de
entuertos. Flor Cancines, mejor
conocido como El Loco Flor, cuya
afición era pelear y demostrar su hombría en pueblos y caseríos por donde
pasaba. Muchos iban a las fiestas sólo por verlo pelear. Si el contrincante no
era muy resistente no le quedaba otra alternativa que pedir perdón y darse por
vencido o correr cuando se le presentaba la oportunidad. Roger Rojas Tarazona, salido de la primera promoción de médicos de
la universidad de Carabobo, uno de los primeros médicos que vino a hacer su año
de ruralidad en su pueblo natal (cumpliendo una promesa), y que en mal momento
la gente lo sacó de la comunidad, quizá porque se negó a hacer lo que pedían o
decían los “mayorales” de la época, también llamados caciques.
Estas historias y muchas más se
irán escribiendo para darlas a conocer de una manera más amplia. Muchos nombres
quedan por mencionar, pero en el devenir del tiempo los iré dando a conocer,
con sus anécdotas y vivencias.
Arismendi, 16-09-2012
Zordy Rivero, Cronista
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