lunes, 23 de julio de 2018

EL CABESTRO, UN CAÑO QUE QUISO SER RIO


A unos dos kilómetros, aguas arriba del rio Guanare, se formó una boca o vertiente que con el tiempo dio origen a un caño muy caudaloso, tanto así que se hizo navegable para los campesinos que vivían cerca de su recorrido. En la medida que se prolongaba por montes, esteros y sabanas, iba tomando el nombre de los predios por donde pasaba: El Cabestro, Caño el Tigre, Caño Marín.

A comienzos del siglo XX ya existía, y nació en tierras de Marcos Lucena. En un principio fue como una bendición para los campesinos de la zona, que podían llevar el producto de sus cosechas hasta el propio Arismendi. Las canoas llegaban a la calle Banco Alto (Andrés Bello) con la Avenida Sucre. En ese paso existía un árbol de cañafístula que daba sombra a los viajeros, y donde amarraban sus canoas. También había un caserón de techo de zinc y paredes de barro propiedad de Serano Tacoa y otra casa cuyos dueños eran Ramón Aparicio y su esposa Luperca.

Pero de ¿dónde venían esas aguas que visitaban al pueblo hasta su calle principal? De una vertiente del Cabestro que pasaba por detrás del cementerio, recorriendo tierras de Pedro Bolívar. Esas aguas seguían su curso hacia las tierras bajas por una caño de menor caudal que se llamó “El Caño de Aparicio”, ya que atravesaba un potrero de su propiedad; todavía existe una especie de canal que limita la popular barriada ‘Alberto Arvelo Torrealba’.

En la medida que el caudal del Cabestro fue aumentando se convirtió en un problema, debido a que por sus aguas, además de circular canoas, entraron caribes, rayas, tembladores, babos y hasta caimanes; fue mucho el viajero que desapareció en su vientre tratando de atravesarlo a nado en lo más crudo del invierno. En la década de los sesenta se levantó una casita en honor a un ahogado en el paso de ‘El Tigre’, fundo propiedad de Gustavo Emilio Pinto. Ese difunto a decir de los habitantes de las ‘Calenturas’, se hizo milagroso, de modo que casi con seguridad, el que pasaba por el lugar, al menos le hacía una reverencia al muerto, o le pedía buen viaje y hasta una plegaria de sanación; o prometía una ofrenda a su regreso del pueblo. En esa casucha casi siempre hubo una vela prendida, monedas de plata, alguna cruz de hojas de palma.

Los campesinos afectados por la agresividad del Cabestro se reunieron y tomaron la decisión de taparlo en la entrada del Guanare. Unos se quejaban de las pérdidas de gallinas, marranos y hasta becerros; otros de inundaciones. Ya levantada la tapa, sólo crecía en invierno con los grandes aguaceros. Después los conuqueros atravesaron alambradas para separar sus propiedades.

Hoy solamente queda el recuerdo de lo que fue un caudaloso caño, que un día se hizo peligroso, y otro día empezó su muerte y desaparición decretada por el hombre. El que pescó y se bañó, o anduvo en sus aguas, hoy en la vejez, reconoce los bajíos llenos de arena, pastos y matorrales, como resabios de un caño que quiso ser río.
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Lunes, 23-07-2018
Zordy Rivero, Cronista

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