He llegado a saber que el Cargo
de Cronista municipal es de una importancia transcendental para los pueblos que
tienen el privilegio de poseerlo. Pero ese merecimiento no es comprendido aún
por la mayoría de los regentes de la Cámara municipal, ni por la imaginación
popular, que no tiene límites cuando se le ha dado la libertad de soñar. Ese
misterioso Cargo cuenta con el aval del ‘Gran Espíritu del Pueblo’,
representado por todas las personas que nacieron, vivieron y murieron en
Arismendi, desde su fundación hasta el presente. Estos espíritus están deseosos
que se escriba la historia de la que fueron protagonistas, y que todavía está
palpitante en las mentes y corazones de sus habitantes.
Las tribus indígenas de
Norteamérica y Suramérica, incluyendo Mesoamérica, conocían y le rendían culto
a ese ‘Gran Espíritu’. Los ancianos de las tribus canalizaban los consejos,
directrices y sabiduría de sus ancestros, que servía a la comunidad para tomar
decisiones que implicaban el bienestar de las mayorías. Se llegó a decir que el
Cacique o Jefe de una tribu era elegido y apoyado por ese ‘Gran Espíritu’ que
le daba sabiduría y poder para encaminar a sus gentes hacia la grandeza.
Al recibir el
cargo de Cronista Oficial de Arismendi, yo en mi inocencia, invoqué la ayuda y
sabiduría de mi amiga doña Dama Cordero, Gregoria Rivero (mi madre), Macario
Rivero (mi abuelo), López Ceballos, Eliecer Román, Gustavo y Heriberto Pinto,
José León Herrera, Máximo Mercado, Eduardo Nieves, Santiago Pérez, Félix
Márquez, Pedro Rico, Pedro León, El Negro Mirabal, José de La Cruz Celi, Ángel
y Jesús María Domínguez, doña Segunda, Benjamín y Gilberto León, Guillermo
Echandía, Pedro Daza, Santo Escobar, Baldomero Barco, Lucas Rojas, Cornelio
Venero, Carlos Michelena, José Venero y un centenar más. Ahora, ante mi promesa
con los pioneros, sólo me queda seguir escribiendo las crónicas de mi pueblo
hasta que sea llamado a unirme a los que ya partieron en lejanos días, con la
firme esperanza de no quedarles mal ni en pensamientos ni en obras.
Nadie quisiera estar en la piel
de las personas que han interrumpido la labor de un cronista en cualquier
municipio del país. Estos seres desencarnados, que un día vivieron, trabajaron
y sufrieron en sus pueblos, y a la vez ayudaron a su desarrollo, se convierten
en saboteadores o perturbadores de las vidas de concejales, alcaldes, allegados
y familias. La estadía en la tierra de estas infortunadas personas se hace tan
insoportable e invivible, que los más incrédulos terminan creyendo, aunque a
veces ya muy tarde… y si no corrigen esta situación a tiempo, es porque
desconocen la existencia de ese poder latente pero real; pues este ‘Gran
Espíritu’ jamás cejará en su intención, y es que se escriba la historia del
pueblo que ellos ayudaron a cimentar. De ahí que se haya dicho en algún momento
y lugar que la historia del pueblo es sagrada como una preciada joya de incalculable
valor.
Pero es que la historia de los
pueblos, escrita en forma de crónicas es parte de esa sabiduría que debe
conocerse, pues de otra manera, su desconocimiento llevaría a repetir los
mismos errores que un día, en el pasado, se cometieron; y este es motivo suficiente
para pensar que en los municipios donde todavía no existe la figura del
cronista, el avance o progreso del mismo —sea material o espiritual— no es tan
fructífero como el que ya goza de él; pues un pueblo huérfano de historia es
como si no acabara de despertar de un sueño que se prolonga en el tiempo del
olvido.
Leer y estudiar la vida y obra de
nuestros predecesores es una experiencia tan extraordinaria y gratificante que
el sólo hecho de pensar en su inexistencia es como un trauma que no tiene
solución. Muchos de esos héroes y titanes de nuestro pasado glorioso,
conociéndose, sería motivo de orgullo de la juventud que se abre camino en un
mundo desordenado y loco. No imitar a nuestros ancestros es como detener ese
ímpetu propulsor de pueblos y comunidades. Descubrir que en un pasado remoto
tuvimos fundadores con una visión tan avanzada para la época, que al no poder asimilar nosotros sus enseñanzas en los momentos actuales, sería como un insulto a estos
gigantes de nuestra historia.
Es inconcebible pensar en un estudiante,
campesino, profesional o ama de casa viviendo en el silencio más absoluto de su
historia nativa, que es como ver y sentir el orgullo doblegado en un eterno
desamparo. Mientras no se rescate y se dé a conocer esa historia oculta,
seguiremos teniendo una formación incompleta, quitándole esa noble exaltación
al pueblo, que se proyecta en el futuro con la ausencia de una valiosa
herramienta: su pasado.
Arismendi, 15-03-2018
Zordy Rivero, Cronista Oficial
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