viernes, 2 de octubre de 2015

LA ASTUCIA LLANERA

El llanero es un ser astuto por naturaleza y tiene que serlo para poder vivir en un ambiente tan inhóspito como lo es el mismo llano. Pero el llanero se hace astuto en la medida en que se hace uno con las inmensas llanuras, los caudalosos ríos y los habitantes que en ella conviven. El diccionario de la RAE da la siguiente definición a la palabra astucia: 1.Calidad de astuto; 2. Ardid (artificio).

I
Deseo centrar mi breve ponencia principalmente en tres personajes que nacieron en Arismendi. El primero, Cornelio Ramón Venero (1916-2011), de estatura mediana y andar ligero, quien además era mi suegro. Muchos pensarán que era un bellaco o resabiado, pero lo salvan de esas denominaciones sus buenos sentimientos y honestidad.

En una ocasión Cornelio llegó a casa de una familia que en la comunidad era reconocida por su desaseo general. Al entrar a la casa dijo: ¡Buenas, buenas! ¿cómo están por aquí?... no me detendré mucho tiempo porque ando apurado, en diligencia. La señora de la casa lo mandó a sentarse y le dijo que esperara un carato que estaba preparando. Quizás lo espere, pero ya le dije que ando apurado. Mientras la señora revolvía el carato con una paleta, pasó un perro por el frente y sin pensarlo le acomodó un paletazo al animal en un costado. Con mucha tranquilidad volvió a meter la paleta en el canarí como si nada. En ese momento Cornelio se levantó y dijo: Yo mejor me voy porque se me está haciendo tarde y me esperan en casa por el recado.

Vemos que el hombre al llegar a la casa prepara el terreno por si acaso; una frase corta que condiciona el momento, expresa una necesidad, a la vez que permite salirse de la situación sin mayor dificultad, si cambian las circunstancias o se presentan desfavorables.
“Don Cornelio llega usted a buena hora, pues estamos tendiendo unas cachapas”, dijo una mujer del caserío.
“Lo que pasa es que en mi casa me espera Román Carmona. Le llevo esta encomienda”, y mostraba un morral abultado, acomodado sobre la enjalma del burro.
“¿Y qué lleva en ese morral?... si se puede saber”.
“Claro que se puede saber, pero a veces es mejor no saber mucho para no comprometerse”, respondía tranquilamente, mirando para otro lado.
En la cocina en piernas se escuchaba el sonar de los peroles y el olor de las cachapas recién salidas del budare. Un niño que apenas gateaba empezó a llorar y la cocinera salió apurada a la sala, al encuentro del niño que se había hecho pupú. Lo limpio con el mismo pañal y sin lavarse las manos entró a la cocina a seguir tendiendo sus cachapas.
“Me voy doña, será en otra oportunidad, pues Ramón Carmona espera por su remedio”, y partía con su paso saltarín.

En una ocasión Cornelio no tenía dinero ni para comprar chimó. Se metió un saco debajo del brazo y salió para la bodega de Pedro Bolívar. Se hizo despachar una larga lista de víveres que llenaron el saco en su totalidad. A la hora de pagar buscó la cartera pero no la encontró. “Iré a casa a buscarla”, dijo. “No se preocupe Cornelio, usted es cliente de confianza. Llévese el saco y después viene a pagar”. Una semana después volvía con el dinero y una marusa de yuca de regalo para el dueño del negocio.

En los años cuarenta del siglo pasado era difícil en Arismendi ver una piedra de amolar. Poseer una piedra en casa era un elemento de importancia para la sociedad. Se oían expresiones como la siguiente: Fulanito es tan pobre que no tiene ni una piedra de amolar. Al pueblo las llevaban los visitantes en verano, que las recogían en las galeras de El Pao. Nuestro Cornelio tenía una muy pequeña que no soportaría el rastrillar de los machetes y cuchillos por mucho tiempo. Cuando lo visitó el camionero Garbosa en su casa, le ofreció carne asada; guardó la piedra y en su lugar sacó un trozo de cuero de ganado donde trató de sacarle filo al cuchillo. En un próximo viaje Garbosa le llevó una piedra grande, de regalo, de una calidad excelente.

La conducta del hombre astuto en algunos casos tiende a verse como disminuida para no aguzar la inteligencia del otro, o en caso contrario, permitir una escapatoria adecuada. Es como esos animales que simulan una muerte para que el depredador no los convierta en presa.

II
Nieves Lansoza, el mejor machetero de Arismendi, nació el 05 de agosto de1924 en Jabillar, vecino de La Unión, pero él se crio en Caño Seco, en una zona llamada Piñonal, muy cerca de San Jaime, y éste era un pueblito en franco deterioro y a punto de desaparecer. Llegó a Arismendi el año de 1955. A Nieves Lansoza se le conocía como el mejor machetero de Arismendi. No hubo una persona que le saliera adelante en una tarea. En una ocasión su hermano Agustín trató de sacarle ventaja y por poco tiene un percance con la muerte. Se desmayó en medio de la rastrojera, y sólo recobró la cordura y el color después de tomar un guarapo de papelón que le sirvieron las mujeres de la casa, entre llantos y gritos. El secreto de ser un aventajado machetero, era que su mujer lo cuidaba mucho y lo tenía bien alimentado; además sus machetes bien amolados en número de hasta cinco no le permitían perder tiempo en el sitio de trabajo. Pero el verdadero secreto consistía en no dar dos machetazos en el mismo sitio. Uno era suficiente y así avanzaba indeteniblemente. Pero no sólo en el campo era un trabajador exitoso, sino en todos los ámbitos de la vida social. Esta cualidad extraordinaria de ser el primero en todos los trabajos le granjeó mucha envidia, incluso de familiares cercanos.

III
Gregoria Ramona Rivero, mi madre, quien murió hace dos años y medio casi a una edad centenaria, manejaba muy bien la psicología campesina que siempre le funcionó. Tenía una habilidad única para acomodar muchachos desobedientes y malcriados. Las comadres y conocidas les llevaban a sus hijos para que se los acomodara en una semana, que era el tiempo que mi madre garantizaba para curarlos de sus malos hábitos. Recuerdo que en los días de mi infancia teníamos un conuco en una orilla del Cabestro, que era un caño caudaloso, muy cerca del pueblo y donde sembrábamos yuca, maíz, yuca y batatas. La recompensa para dejarnos bañar en el caño a sus cinco hijos era que le ayudáramos a mantener limpio la pequeña parcela. En mi edad adulta le pregunté que cómo hacía para disciplinar a aquellos jóvenes que tenían problemas con sus padres. Muy sencillo, respondió. Después de hablar con ellos y conocer sus rutinas los ponía a dormir solos y a trabajar en el conuco donde debían pasar el caño nadando. Si no sabían nadar ustedes los enseñaban, pero al final debían atravesar el caño solos. Cuando regresaban a sus casas mi madre les decía a sus progenitores que si el niño se portaba mal se los volvieran a traer. Jamás regresaban, deduciendo que la curación de la mala conducta era permanente.


Debo concluir que estos personajes fueron servidores públicos a tiempo completo, arropados por las enseñanzas y virtudes de sus ancestros, y que el éxito en sus vidas se debió a que jamás hicieron daño a nadie, al contrario, lucharon por una sociedad más justa y equilibrada. 

Arismendi, 02-10-2015
Zordy Rivero,  Cronista

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