viernes, 30 de octubre de 2015

FIESTAS DECEMBRINAS EN ARISMENDI

Diciembre es un mes de fiestas en Arismendi. Las festividades, en honor a nuestra Santa Patrona, La Inmaculada Concepción, empiezan el ocho de diciembre y terminan el doce del mismo mes. Pero vayamos a los primeros años del pueblo, en el siglo pasado, cuando era tan pequeño que se podía recorrer en su totalidad montado en un burro, una mula o un caballo, y donde todos se conocían y tenían cierto parentesco. En la mayor parte del año no se veían carros y sólo por sus calles circulaban dos o tres motos, siendo el transporte principal las bestias y las canoas.

El quince de diciembre en la madrugada se daba inicio a las misas de aguinaldo, oficiadas -casi siempre- por un cura venido de Barinas. El entusiasmo era tan generalizado que los más jóvenes llevaban a sus perros amarraditos a la plaza, frente de la iglesia. Allí se reunían en espera de los otros. A la cola de los perros amarraban dos o tres latas, disparaban varios cohetes y los soltaban. Los animales corrían asustados hacia sus casas haciendo un estruendo ensordecedor. El objetivo era despertar a los creyentes católicos para que asistieran a las misas de madrugada. Entonces, la Iglesia católica era la de rango principal.

A mí me divertía mucho la llegada de esa temporada de fiestas, hallacas, chicha, carato y aguinaldos. Pero volviendo un poco atrás, los perros que iban a la plaza una madrugada a despertar a los creyentes, no había modo ni manera de llevarlos a una segunda cita. Los muchachos debían conseguir otros perros que, voluntariosos acudían… pero, repito, una sola vez.


También el 31 de diciembre (uno de los meses más maravilloso del año), era un espectáculo de ver y no creer. Por la noche las familias iban a la misa de las once, que concluía a la medianoche con repiques de campanas y un cañonazo ensordecedor que anunciaba el nuevo año. Todos se daban abrazos, besos y se deseaban un feliz y próspero año nuevo. Después se iban a sus casas o a la de algún familiar a comer, beber y bailar. Pero esa tradición se fue perdiendo con el tiempo, con el devenir de los años. Al pueblo empezó a llegar gente extraña, con otras costumbres que muchos consideraban irrespetuosas. El abrazo se convirtió en un aventón que terminaba en un golpe seco en el suelo. El beso en la mejilla en un forzado y repugnante beso de labios. Muchos terminaban esa noche con moretones en el cuerpo, sin sus carteras, o heridos y maltrechos. Ahora, en estos tiempos, las mayorías de las familias compartes juntos, en sus casas, apartados de los insolentes y buscapleitos. 

Arismendi, 30-10-2015
Zordy Rivero,  Cronista

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