Uno de los mejores amigos que conocí en Curbati de Pedraza a
principios del año 2002 fue a René Mejía. Regentaba un pequeño restaurant en la
avenida principal. Era un gran trabajador y quizás debido a esa pasión descuidó
su salud, que al final, lo llevó a una muerte temprana.
Un mes antes de su prematura muerte observé en su dentadura
superior la presencia de un hongo de color verdoso, que él no le dio mucha
importancia. Supongo que dicho hongo fue creciendo, sobre todo por una
alimentación recargada de azucares y harinas refinadas. Una trombosis le
provocó una hemiplejia que lo dejó paralítico por el corto periodo que duró su
agonía en el hospital Luis Razetti. Pero de ¿dónde surgió ese trombo que subió
al cerebro del amigo René? Estoy seguro que se desprendió de las raíces de los
incisivos superiores. Quizás un tratamiento oportuno con un odontólogo lo
habría apartado de un final tan desalentador. Mis sugerencias de las consecuencias
de la afección (no sintomática), sólo lo hicieron reír y decir que primero me
moriría yo antes que él.
*
En un momento de mi ejercicio médico empecé a comprender el
daño que hacía a mis semejantes con la prescripción de drogas farmacéuticas muy
peligrosas. Sus efectos adversos me hicieron entender que muchos pacientes
mueren de insuficiencia renal, hepática o de la médula ósea a consecuencia de
estos venenos, incluyendo la mayoría de los antibióticos. Entonces di el salto
hacia la medicina homeopáticas y naturista, pero en especial la aplicación de
la medicina preventiva, que es la que evita que las personas enfermen. Este es
uno de los motivos principales que me llevaron a renunciar a mi cargo de médico
del Ministerio de Salud que sustenté durante dieciocho años. Ahora mi
consciencia está tranquila, viviendo en la paz de una vida sencilla y armónica.
*
Un paciente de unos veintiún años de edad apareció en la consulta
con una espina en un oído. Este había dejado de sangrar pero dolía. Al perder
el control de la moto fue a parar en un espineral de guaicas, que abundan mucho
en el llano. No quise extraerle la espina; hice una referencia y lo remití a un
especialista de la ciudad de Valencia. Lo atendió un otorrino de una clínica
privada. Lo primero que preguntó fue por el médico que lo había remitido, pues,
de haber sacado el cuerpo extraño -comentó-, el paciente habría perdido la
audición irremediablemente. Me envió felicitaciones por mi acierto en no tratar
de modificar la situación.
Arismendi,
07-11-2015
Zordy
Rivero, Cronista
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