Hace unos veinte años me encontré en una de las calles de El Baúl, a unas dos
cuadras de la plaza Bolívar. Estaba de visita con unos amigos. En ese momento
apareció un carro con una música que envolvía todo el ambiente. Una de las
personas allí presente se acercó al conductor y con buenas palabras le pidió
que tuviera consideración con la familia de la difunta que había muerto por la
noche, y que por favor bajara el volumen de la música; el conductor apagó la música,
pidió disculpas y se retiró. En ese instante pensé: Así era Arismendi hace ya mucho tiempo.
Cuando don Herminio Mirabal fue presidente del concejo municipal,
y al final de su período entregó los libros de actas al que le precedía, con la
suma de 35 bolívares, y sin ninguna deuda, nadie se alarmó porque eso era lo
normal. Todavía se mantenían los valores de honestidad y rectitud. Siempre he
conservado el buen ejemplo de aquel viejo político, desaparecido hace ya muchos
años. Continuando con don Herminio, se cuenta que en su negocio, al frente de
la plaza Bolívar, acudía mucha gente a comprar, y otros a conversar, usando el
mostrador como silla. Esto molestaba al dueño y así se lo hizo saber al
prefecto, quien dijo que la próxima persona que se sentara en el mostrador, él
mismo se lo llevaría preso por abusador. El caso es que al día siguiente el
ciudadano prefecto fue el primero en sentarse en el mostrador. Don Herminio le
recordó lo que había dicho y prometido el día anterior. El prefecto reconoció
su error y él mismo se encerró en una celda durante toda la mañana de ese día.
En uno de los muchos pueblos llaneros que visité en el
pasado, conocí uno que se distinguía de los demás por su apatía. Cada uno de
sus habitantes estaba pendiente de su beneficio personal, olvidando que en esta
sagrada tierra todo está conectado. Eran tan apáticos que en una ocasión en que
se quemaba una casa de palma, uno de los vecinos le dijo a su hijo que
estuviera pendiente de la candela, no fuera a pasarse a su casa. Lo único que
puedo decir es que los pueblos apáticos y egoístas tienden a desaparecer o en
el peor de los casos se mantienen tan pequeños que se hacen invisibles, incluso
para sus propios gobernantes. Además quién se aventuraría a vivir o invertir en
un pueblo tan egoísta y desarraigado.
En su mejor época Arismendi fue conocido por ser un pueblo honorable,
con muchas cualidades buenas, que se ocupaba del bienestar de sus hijos. De
manera que el problema de algunas personas o familias ya era competencia de
todos los ciudadanos. Yo viví y conocí el final de esa época. Pero ¿qué sucedió?,
¿a que se debió ese cambio de conducta? En primer lugar a la influencia foránea.
Muchas gentes salidas de otros pueblos y ciudades eligieron a nuestro terruño
para vivir. Algunos se adaptaron y siguieron las costumbres buenas, pero la
mayoría llegó con la intención de hacer dinero sin importarle nada más. Y
ustedes saben que el dios dinero lo corrompe todo. Poco a poco se fue perdiendo
el deseo de ayudar desinteresadamente. La gente empezó a decir: ¿Cuánto hay pa eso? Mi tiempo tiene un precio. Y qué gano yo si ayudo, pues a mí nadie me ayuda.
Debo aclarar que así como vino gente poca colaboradora
también llegó gente honesta y trabajadora que tomaron este pueblo como si hubiesen
nacidos en él.
Ahora tendremos que reparar todo lo que ha sido modificado o
dañado. Volver a los valores que nos guiaron desde el principio, desde la época
de la fundación, de cuando no era Arismendi sino Ave María Sanchera. Tendremos
que retomar el camino que no pudieron caminar nuestros viejos fundadores. Ahora
cuando vemos las calles llenas de basura lanzadas por nuestros propios
moradores, carreteras aledañas en iguales condiciones de abandono y suciedad, o
cuando vemos a un joven faltarle el respeto a un mayor, sabemos que estos actos
los hacen individuos que no le tiene amor a este hermoso pueblo llanero, y de
eso se trata, de ponerle amor a lo nuestro, para devolverlo a la luz que nos
iluminó en el pasado lejano.
Arismendi, 05-0-2015
Zordy Rivero, Cronista
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