En San Antonio de las Flores (parroquia de Arismendi),
conocí a principios del presente siglo un paciente que me dejó verdaderamente
impresionado. Apareció en el Ambulatorio con un edema en un pie, producto de un
absceso, pero tan agrandado que más parecía una elefantiasis. Mi primera idea
fue drenarlo y luego remitirlo al hospital de Achaguas para su hospitalización,
pero se negó. Decidió irse a su casa y así lo hizo; salió lentamente con una
caja de analgésico en la mano, y desapareció por el camino que llevaba al
caserío Hato Viejo arrastrando su
dolencia. Esa tarde me quedé pensativo, preocupado por la salud de aquel hombre
que se negaba a recibir antibióticos en un hospital.
Al día siguiente volvió, pero esta vez completamente curado.
Al interrogarlo y preguntarle por su padecimiento me mostró el tobillo y la
pierna deshinchada. Por un momento pensé que tenía un hermano gemelo. Me
explicó que su abuela había preparado dos tobos de agua; uno caliente y otro frío.
Le metió el pie en uno y otro recipiente, alternativamente, por siete veces
seguidas. Durante la noche hizo la misma rutina tres veces, a un intervalo de
una hora. Después cubrió el pie con cristal de sábila y lo envolvió con un
trapo limpio. En la mañana el absceso había drenado en su totalidad. Era la
cura más rápida que en mi vida profesional había presenciado.
*
En el hospital de San Carlos donde estudié la mitad de mi
carrera de medicina, conocí a dos pacientes hospitalizados el mismo día por presentar
la misma enfermedad: neumonía basal bilateral. La edad, constitución y gravedad de la afección eran muy similares; incluso
las placas de rayos X parecían una réplica. Se les aplicó el mismo tratamiento
y se les dio la misma comida y atención. Sin embargo al concluir la primera
semana uno estaba enterrado y el otro en franca recuperación. ¿Qué sucedió con
estos casos? ¿Dónde estuvo la equivocación? … si la hubo… Pero no hubo
equivocación. En las historias clínicas, uno manifestaba un fuerte deseo de
volver a su casa para seguir trabajando en un proyecto que ejecutaba para el
momento, y así sucedió; el otro paciente en cambio deseaba morir; estaba
decepcionado de la vida y pensaba que era un estorbo para la familia…, y
también a éste se le cumplió su deseo. Moraleja: la gran mayoría de los
tratamientos no funcionan si el paciente ha perdido la fe en la vida, en una
posible curación.
*
Arismendi, 16-07-2015
Zordy Rivero, Cronista
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