jueves, 16 de julio de 2015

MIS EXPERIENCIAS EN LA MEDICINA II

En San Antonio de las Flores (parroquia de Arismendi), conocí a principios del presente siglo un paciente que me dejó verdaderamente impresionado. Apareció en el Ambulatorio con un edema en un pie, producto de un absceso, pero tan agrandado que más parecía una elefantiasis. Mi primera idea fue drenarlo y luego remitirlo al hospital de Achaguas para su hospitalización, pero se negó. Decidió irse a su casa y así lo hizo; salió lentamente con una caja de analgésico en la mano, y desapareció por el camino que llevaba al caserío Hato Viejo arrastrando su dolencia. Esa tarde me quedé pensativo, preocupado por la salud de aquel hombre que se negaba a recibir antibióticos en un hospital.
Al día siguiente volvió, pero esta vez completamente curado. Al interrogarlo y preguntarle por su padecimiento me mostró el tobillo y la pierna deshinchada. Por un momento pensé que tenía un hermano gemelo. Me explicó que su abuela había preparado dos tobos de agua; uno caliente y otro frío. Le metió el pie en uno y otro recipiente, alternativamente, por siete veces seguidas. Durante la noche hizo la misma rutina tres veces, a un intervalo de una hora. Después cubrió el pie con cristal de sábila y lo envolvió con un trapo limpio. En la mañana el absceso había drenado en su totalidad. Era la cura más rápida que en mi vida profesional había presenciado.

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En el hospital de San Carlos donde estudié la mitad de mi carrera de medicina, conocí a dos pacientes hospitalizados el mismo día por presentar la misma enfermedad: neumonía basal bilateral. La edad, constitución y  gravedad de la afección eran muy similares; incluso las placas de rayos X parecían una réplica. Se les aplicó el mismo tratamiento y se les dio la misma comida y atención. Sin embargo al concluir la primera semana uno estaba enterrado y el otro en franca recuperación. ¿Qué sucedió con estos casos? ¿Dónde estuvo la equivocación? … si la hubo… Pero no hubo equivocación. En las historias clínicas, uno manifestaba un fuerte deseo de volver a su casa para seguir trabajando en un proyecto que ejecutaba para el momento, y así sucedió; el otro paciente en cambio deseaba morir; estaba decepcionado de la vida y pensaba que era un estorbo para la familia…, y también a éste se le cumplió su deseo. Moraleja: la gran mayoría de los tratamientos no funcionan si el paciente ha perdido la fe en la vida, en una posible curación.

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 En el hospital González Plaza de la ciudad de Valencia conocí una paciente de unos sesenta y cinco años de edad, que venía padeciendo de fuertes dolores de cabeza. Según la medicina tradicional China la cefalea es un alerta de que venimos haciendo algo estúpido y debemos parar. Si seguimos con la preocupación tonta, la próxima advertencia será un tablazo en la cabeza, y eso se llama migraña. Recuerdo que el médico Internista, mi profesor, le dijo a la paciente en la última visita que su cefalea ya estaba controlada, y que podía irse tranquila a casa, a disfrutar de su familia. Entonces sucedió algo que me dejó sorprendido. La doñita le pidió, le suplicó a mi profesor que por favor le colocara en un récipe una enfermedad inventada por él, pues, según ella, era la única manera de verles las caras a sus hijos, y que a la vez le dieran dinero para poder sobrevivir. La paciente salió muy alegre de la consulta con un récipe en la mano. Jamás volví a verla durante el resto de mi breve pasantía en el mencionado hospital. Tampoco me imagino cuantas enfermedades más estrenaría durante el resto de su solitaria vida.
Arismendi, 16-07-2015
Zordy Rivero,  Cronista

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