sábado, 13 de septiembre de 2014

NARRATIVA

Un Personaje Popular
A la memoria de Guillermo Echandía

Guillermo Echandía  será uno de los personajes más populares que tardará muchos años en salir del corazón y el recuerdo de los Arismendeños. Con sus cuentos inventados en momentos de solaz, contribuyó a engrandecer la tradición y cultura de nuestro pueblo. Murió pobre de enfermedad del corazón, pero siempre vivió pobre, alimentando sus sueños de grandeza con una imaginación calenturienta que era todo un portento. Hoy, sin duda, ocupa un lugar en nuestro refranero popular.
“Caray, este muchacho no le perdió pintas a Chandía, con sus mentiras por delante”, decían nuestros padres cuando le poníamos imaginación a un relato callejero.
En un velorio de Cruz de Mayo me topé con el cuentacuentos. Refería un percance que tuvo en la época de la última dictadura:
“Paren la oreja, amigos, porque yo no repito ni aun comiendo sardina. En esos días oscuros para el país caí preso por rebelde. Yo comandaba un regimiento de unos cien soldados. Quizás eran menos pero hacían tanto ruido esos muchachos que parecía un ejército mayor. Esperábamos la orden para dirigirnos a la capital a pararle el trote al dictador que nos quería tener aprisionados como un morrocoy en su concha. Entonces nos llegó la noticia de que el gobierno había caído, pero yo no les creí, y ese fue el motivo que me tildaran de loco y me encarcelaran en Arismendi. Lo hicieron cuando el gobierno todavía estaba respirando; vivo, pero muy mal, por cierto.  En la cárcel me lanzaban agua todos los días dizque para que se me pasara la locura. Me metieron en El Tigrito, allí pasé tres días de mal dormir y mal comer. Al final del tercer día, por la tarde, escuché un tiroteo en la plaza y supe que venían a rescatarme. Me levanté y me asomé por la ventana con barrotes de hierro, al momento vi una luz roja que venía hacia mi cara, echando candela. Era una bala perdida que había salido de la plaza a mi encuentro, afortunadamente le saqué una gorra con rapidez, que me apartó del peligro. Sentí un ardor en una oreja, me la toqué y sangraba. La bala atravesó mi oreja, pegó en una esquina y luego partió el candado en dos. Me encontraba libre. Corrí hacia el grupo de mis fieles soldados, a seguir el combate en contra de las fuerzas del gobierno caído.

“De aquellos días me quedó como recuerdo una escopeta de dos tiros y la mujer que vive conmigo, la hija del jefe civil, quien atemorizado me dijo: le daré a mi hija Elena como recompensa por habernos ayudado a libertarnos del dictador Marcos Pérez Jiménez. Acepté a la joven porque ya habíamos hablado mucho antes. Ese matrimonio estuvo a punto de acabarse cuando celebrábamos los días de la libertad. En una discusión, Elena dijo que había aceptado ser mi esposa para que yo le perdonara la vida a su padre. Indignado le respondí: ya la vida de su padre no corre peligro, de modo que les doy un día para que recojan sus maletas y desalojen mi casa.  No valieron sus plegarias ni súplicas. Un rebelde como yo jamás se acostumbra a dar un paso atrás. Mi mujer no se marchó. Después me refrescó la memoria, recordándome que la casa era de su padre, ahora caído en desgracia. Entonces pensé: yo tampoco me iré, y esta será mi venganza: tenerlos cerca y vigilados”.
Arismendi, 13-09-2014

Zordy Rivero, Cronista

                                                                                                                          

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