En Arismendi vivió hasta finales del siglo pasado un
hombre muy peculiar llamado Ramón Salas. Levantó su familia en el caserío
“Cobijita”, en los límites con la parroquia Guadarrama. En su finca nunca faltó
ganado en abundancia, chivos y un atajo de burros realengos.
Aún joven adquirió la costumbre de usar la
interjección ¡Púyate! como una manera
de expresar desconfianza. El Llanero es persona recelosa, sobre todo por el uso
del doble sentido que en muchas ocasiones se les da a las palabras.
- Ramón, ¿sabes quien murió hoy en el pueblo?
- ¡Púyate! -respondía sin más.
Entonces la gente para escucharlo y reírse, sólo le
preguntaban cualquier cosa.
Cuando sus hijos crecieron y viajaron a la ciudad de
Valencia a estudiar, llevaban a Ramón al médico al menos una vez al año. Cuando
éste empezaba a hacerle preguntas sobre su salud, el hombre le respondía con el
susodicho ¡Púyate!; esto apenaba mucho a los hijos, tanto así que cuando se
hicieron profesionales y manejaban sus propias finanzas, convencieron al padre
de que los acompañara a ver a un brujo que le quitaría la despreciable
costumbre.
Lo llevaron a un famoso brujo de un pueblo Llanero,
quien al mirarlo y conocer su defecto le dijo: La próxima vez que diga la
palabra ¡Púyate! se morirá.
"¡Muela!", respondió Ramón asustado.
Jamás volvió a repetir la palabra Púyate, la cual sustituyó de un solo
plumazo por ¡Muela!
Varios años después uno de los hijos se encontró con
el brujo, quien después de conocer la situación del padre terco, le dijo:
tráigalo de nuevo y yo me encargare de borrarle esa palabra de la mente por
siempre.
Por segunda y última vez acudió Ramón a una cita con el brujo. Al tenerlo al frente le dijo: La próxima vez que diga la palabra ´muela´ será hombre muerte.
Por segunda y última vez acudió Ramón a una cita con el brujo. Al tenerlo al frente le dijo: La próxima vez que diga la palabra ´muela´ será hombre muerte.
- ¡Ta jodío! -respondió tranquilamente.
Ramón no volvió a pronunciar la palabra muela ni
Púyate. Murió en la ancianidad con el resabio: Ta jodío. Los hijos no volvieron a molestarse en tratar de
sacarle la palabra de la cabeza. Se dieron por vencidos.
*
En la parroquia Guadarrama vivió un maestro de escuela
que a la hora de despedirse de sus alumnos decía: Ya se pueden dir,
hemos terminado la clase. Si estaba en una fiesta y se hacía tarde, le decía a su
anfitrión: La fiesta está muy buena, pero yo me tengo que dir. No hubo modo ni manera de hacerle entender que la
palabra correcta era ir, y que tan solo debía eliminar la ‘d´ y todo quedaría solucionado.
Él lo entendía, pero por un extraño motivo que no podía comprender del todo seguía
usando el dir de manera natural. En
Barinas, en la zona Educativa lo amenazaron con retirarlo de la escuela si no
hacía la respectiva corrección, pero fue inútil.
En la psicología contemporánea se habla del cerebro
esponja, propio del infante en sus primeros siete años de vida, que lo asimila
todo a rajatablas; y es debido a que el niño todavía no ejerce el juicio o la
crítica como lo hace el adulto; y que, todo lo que ve, escucha o lee lo graba
limpiamente en su memoria.
Todos los estudiantes que egresaron de esa escuela
bajo la tutoría del maestro Dir, como
también se le conocía, llegaron a la edad adulta sin poder quitarse la
mencionada palabra. Ninguno de ellos pudo ser maestro, y a pesar de las
limitaciones generadas en sus vidas por la bendita palabra, todavía la siguen
usando como si los que estuvieran equivocado fueran los otros y no ellos.
Valencia, 20-11-2016
Zordy Rivero
No hay comentarios:
Publicar un comentario