domingo, 20 de noviembre de 2016

CURIOSIDADES LLANERAS

En Arismendi vivió hasta finales del siglo pasado un hombre muy peculiar llamado Ramón Salas. Levantó su familia en el caserío “Cobijita”, en los límites con la parroquia Guadarrama. En su finca nunca faltó ganado en abundancia, chivos y un atajo de burros realengos.

Aún joven adquirió la costumbre de usar la interjección ¡Púyate! como una manera de expresar desconfianza. El Llanero es persona recelosa, sobre todo por el uso del doble sentido que en muchas ocasiones se les da a las palabras.
- Ramón, ¿sabes quien murió hoy en el pueblo?
- ¡Púyate! -respondía sin más.
Entonces la gente para escucharlo y reírse, sólo le preguntaban cualquier cosa.

Cuando sus hijos crecieron y viajaron a la ciudad de Valencia a estudiar, llevaban a Ramón al médico al menos una vez al año. Cuando éste empezaba a hacerle preguntas sobre su salud, el hombre le respondía con el susodicho ¡Púyate!; esto apenaba mucho a los hijos, tanto así que cuando se hicieron profesionales y manejaban sus propias finanzas, convencieron al padre de que los acompañara a ver a un brujo que le quitaría la despreciable costumbre.

Lo llevaron a un famoso brujo de un pueblo Llanero, quien al mirarlo y conocer su defecto le dijo: La próxima vez que diga la palabra ¡Púyate! se morirá.
"¡Muela!", respondió Ramón asustado.
Jamás volvió a repetir la palabra Púyate, la cual sustituyó de un solo plumazo por ¡Muela!

Varios años después uno de los hijos se encontró con el brujo, quien después de conocer la situación del padre terco, le dijo: tráigalo de nuevo y yo me encargare de borrarle esa palabra de la mente por siempre.
Por segunda y última vez acudió Ramón a una cita con el brujo. Al tenerlo al frente le dijo: La próxima vez que diga la palabra ´muela´ será hombre muerte.
- ¡Ta jodío! -respondió tranquilamente.
Ramón no volvió a pronunciar la palabra muela ni Púyate. Murió en la ancianidad con el resabio: Ta jodío. Los hijos no volvieron a molestarse en tratar de sacarle la palabra de la cabeza. Se dieron por vencidos.

*
En la parroquia Guadarrama vivió un maestro de escuela que a la hora de despedirse de sus alumnos decía: Ya se pueden dir, hemos terminado la clase. Si estaba en una fiesta y se hacía tarde, le decía a su anfitrión: La fiesta está muy buena, pero yo me tengo que dir. No hubo modo ni manera de hacerle entender que la palabra correcta era ir, y que tan solo debía eliminar la ‘d´ y todo quedaría solucionado. Él lo entendía, pero por un extraño motivo que no podía comprender del todo seguía usando el dir de manera natural. En Barinas, en la zona Educativa lo amenazaron con retirarlo de la escuela si no hacía la respectiva corrección, pero fue inútil.

En la psicología contemporánea se habla del cerebro esponja, propio del infante en sus primeros siete años de vida, que lo asimila todo a rajatablas; y es debido a que el niño todavía no ejerce el juicio o la crítica como lo hace el adulto; y que, todo lo que ve, escucha o lee lo graba limpiamente en su memoria.

Todos los estudiantes que egresaron de esa escuela bajo la tutoría del maestro Dir, como también se le conocía, llegaron a la edad adulta sin poder quitarse la mencionada palabra. Ninguno de ellos pudo ser maestro, y a pesar de las limitaciones generadas en sus vidas por la bendita palabra, todavía la siguen usando como si los que estuvieran equivocado fueran los otros y no ellos.

Valencia, 20-11-2016
Zordy Rivero

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