En días recientes presenté un problema con una muela del
maxilar inferior que no dejaba de ser una molestia. La muela había perdido la
corona, quedando a ras de la encía. Visité a un viejo odontólogo amigo en el municipio
Naguanagua. Después de una revisión me dijo que sólo quedaba una solución:
extraerla. No teniendo otra alternativa, di mi consentimiento, y así lo hizo.
Tuvo que fracturarla en varios pedazos para poderla sacar. Aunque traumático el
procedimiento, no resultó doloroso.
Mi amigo odontólogo me dio varias indicaciones que ya yo
conocía. Que tuviera una dieta líquida por 24 horas y reposo absoluto. De
regreso a casa compré dos cajas de vitamina C de 500 mgs cada cápsula y me tomé
tres gramos diarios por siete días. Tomé abundante líquido y pocas bebidas
azucaradas, y cuando me refiero al azúcar, me refiero al azúcar refinado. A
pesar del cuidado a que me sometí, al tercer día empezó a aparecer una
infección, y temiendo que fuera a hacer un absceso y una posterior fístula, con
la consecuente operación quirúrgica, acudí en auxilio de la sábila.
Cada noche me colocaba un trocito de cristal en el lugar de
la infección, y la cubría con algodón. Ahí lo mantenía durante toda la noche.
Siete días más tarde, es decir, al décimo día me encontraba completamente
curado, sin haber tomado un solo antibiótico. Esta planta milagrosa no permite
la sobrevivencia de las bacterias ni hongos por muy resistentes que sean. Donde
llega la sábila estos bichitos microscópicos desaparecen, de modo que a nivel
tópico su uso es excelente.
También he indicado la sábila
de manera tópica en las ulceras
varicosas a nivel de los tobillos, y muy frecuente en las personas mayores; en
las colitis y ulceras gástricas con resultados asombrosos. Conozco personas que
presentaron dolor en la fosa iliaca derecha, sitio anatómico donde se ubica el
apéndice vermicular, y que al inflamarse puede llegar a la apendicitis aguda. Gracias
a un emplasto de sábila en la zona (abdomen) durante la noche, el dolor y la
inflamación desaparecieron.
*
En los últimos tiempos se han realizados investigaciones
sobre los efectos perjudiciales del televisor.
De los televisores que se mantienen
en los cuartos donde duermen las personas. Estos aparatos poseen un condensador
muy potente que aun apagados absorben las energías de los individuos dejándolos
desvitalizados; de allí que cuando se levantan después de mal dormir siete
horas, se sienten muy cansados, agotados, sin ánimo incluso de vivir. Las
consecuencias en el cuerpo son innumerables, desde el daño a glándulas
hormonales hasta un envejecimiento prematuro. Mi recomendación es que no
duermas con estos aparatos en sus dormitorios, pues aun apagados son muy
dañinos. Sabemos que un cuerpo sin energía es propenso a adquirir enfermedades
graves, degenerativas, como el cáncer, por citar un solo caso. De modo que ya
están advertidos.
*
En una ocasión me visitó en mi consulta una madre con una
niña presentando una infección en la boca. La pequeña babeaba y tenía fiebre
alta. La traté y la paciente se recuperó. Después volvió con diarrea y luego
con una otitis aguda purulenta. En un mes la traté tres veces. Supuse que la
niña enfermaba por descuido de la madre o de quien la cuidaba, y así se lo hice
saber. La madre por supuesto se molestó y me dijo que acudía a mí para que
ayudara a su hija no para que la regañara.
“Dele gracias a Dios que la estoy regañando -le dije-,
porque de alguna manera me estoy preocupando por su hija, que podría sufrir un
daño de los riñones o el hígado de tanto tomar drogas. Además, estamos en una
época en que casi nadie se preocupa por nadie. Ojalá yo consiguiera a alguien
que me reprendiera cuando cometa un error, pues yo entendería que esa persona
me quiere, me tiene amor y desea mi bien”.
La joven madre estuvo a punto de llorar al comprender que
debía cuidar mejor a su hija, por el bien de ella, de su familia y de la
sociedad. Para beneplácito de todos, la niña no volvió a enfermar pues la madre
había aprendido la lección.
Arismendi, 08-09-2015
Zordy Rivero, Cronista
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