jueves, 6 de agosto de 2015

MIS EXPERIENCIAS EN LA MEDICINA III



La información que deseo compartir con ustedes la leí en un libro de medicina Naturista. De las muchas cosas que relataba el pequeño texto, una parte se me quedó grabada en mi memoria y ha sido de mucha utilidad para mis pacientes y amigos que buscan un consejo en charlas ocasionales. Con los años y la práctica he ido modificando ésta fórmula, y en verdad ha resultado una cura milagrosa. El libro decía que las personas que padecían de tuberculosis podía curarse con tan sólo tomarse un dientito de ajo todos los días. Sabemos que el ajo aumenta las defensas orgánicas y quienes lo consumen con cierta regularidad, enferman muy poco, y difícilmente sufren de tensión alta.
Yo les explicaba a los pacientes de tuberculosis que cumplía su tratamiento indicado por Sanidad, que cada noche a la hora de acostarse trituraran un ajo, y lo dejara en la boca toda la noche, de modo que el aire que entrara en los pulmones iría impregnado con desagradable olor. Todas las personas que cumplieron de esta manera su tratamiento, sanaron de tan terrible enfermedad, y para siempre, sin recidivas. Ahora deduzco que a este poderoso bacilo de la TBC no le agrada el olor del ajo.
También instaba a estos pacientes a que hicieran ejercicios respiratorios dos veces al día. No sé dónde leí un texto que decía que la mayoría de las bacterias dañinas que viven en nuestro cuerpo, o nos visitan de vez en cuando, no pueden sobrevivir en una sangre muy saturada de oxígeno. De modo que la unión de estas dos recetas es un buen comienzo para los enfermos de los pulmones y para los que no quisieran enfermar.

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Conocí a un viejo filósofo en Ciudad Bolivia-Pedraza, del estado Barinas, que se compró ocho pares de zapatos de muy buena calidad cuando cumplió los sesenta años. Pero en los días que trabábamos amistad ya había cumplido los ochenta. Cuando le pregunté la manera de cómo había llegado a esa edad lleno de vitalidad y entusiasmo, me lo explicó: Se trata de la mente, de un condicionamiento mental. Cuando yo me compré los ocho pares de zapatos convencí a mi mente subconsciente de que debía vivir suficientes años para poderlos usar. Hace veinte años que los uso y todavía mantienen buena vitola. Pero qué hubiese sucedido si en vez de ocho me compro cuarenta pares. Lo más probables es que mi mente no se lo hubiese creído. Ella misma hubiera sacado sus propios cálculos: Vivir 110 años es un poco difícil y no creíble. Pongamos otro ejemplo: Una persona se compra 500 hectáreas a los 60 años con la intención de trabajarlas. El caso es que se encuentra solo y tiene poco apoyo de la familia. La mente lo tratará de convencer que es un imposible, y que nunca logrará su cometido. Lo más probable es que termine frustrado y abatido por las circunstancias. Todo habría sido diferente si se hubiese propuesto trabajar diez hectáreas. Al menos es más convincente.

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Le conté a mi amigo de Pedraza que en mi pueblo conocí a una señora de sesenta años, que solamente le pedía a Dios ver a su último hijo hecho un profesional. Cinco años después el joven se titulaba en Derecho y un mes después del acto de graduación la señora moría en la soledad de su dormitorio. Ya no tenía sentido seguir viviendo, pues se había cumplido su último deseo. Su petición se había cumplido a cabalidad. También leí en un libro hace muchos años que un joven deseaba poseer un millón de bolívares para invertirlos en un negocio. Su deseo era tan poderoso que sólo pensaba en eso. Al poco tiempo murió un tío en una ciudad vecina. El joven acudió al sepelio y su sorpresa fue grande cuando la viuda le hizo entrega de un sobre contentivo de un millón de bolívares dejado por el tío. ¿Quién dice que de alguna manera el joven no mató a su querido tío?

Arismendi, 06-08-2015
Zordy Rivero, Cronista

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