Cierta vez llegué a conocer en una fiesta, a un
popular Alcalde de una de las ciudades más importantes del País. Cuando tuve la
ocasión le pregunté sobre el secreto de la excelente seguridad que imperaba en
su municipio, del cual se hablaba
incluso fuera de las fronteras del Estado
—Muy sencillo: engañando al pueblo… Bueno, en sí no es
un engaño; sólo trucos para agarrar desprevenidos. En varios lugares
estratégicos colocamos patrullas de la policía que son cuidadas por trabajadores
de la Alcaldía. Cuando aparecen los merodeadores nocturnos siempre surge una
persona de una de las casas, dándole vuelta a la patrulla. Por supuesto que va vestido
de policía y acompañado de su respectiva pistola, que es de juguete, pero pasa
por parecerse real. Luego de hacer el recorrido el policía instala en la
patrulla un maniquí en el asiento del volante y se retira a dormir. Hasta ahora
los delincuentes se lo han creído. Le relato esto a usted porque sé que es
escritor y no pertenece a esta ciudad. Espero que me guarde el secreto.
—¡Vaya, me ha dejado usted sorprendido!
—En otra visita le seguiré contando de otras
situaciones que he creado y que funcionan muy bien.
—Y ¿por qué no ahorita?
—Sólo le diré que con cierta frecuencia me le aparezco
a los trabajadores que laboran en las calles y me incorporo a trabajar con
ellos, y va a creer usted que todavía no han llegado a identificarme. Claro, el
descuido de mi indumentaria de obrero impide que me reconozcan, además, mi afán
por trabajar es muy sincero.
*
La escasez de gasolina ha contribuido a agravar la
crisis del país, de por sí intolerable. Una mañana a eso de las siete, en una
bomba, se notaba una cola de carros que se prolongaba por varios metros. Un
hombre de unos sesenta años se estacionó frente a la puerta de entrada; varios
hombres que vieron la maniobra del abusador se le acercaron, rodeándolo.
—Ciudadano, haga el favor de retirar su carro de la
puerta. Nosotros hemos pasado toda la noche haciendo la cola para que venga
usted a ponerse de primero.
—Pero señor…
—Que no se hable más del asunto. ¡Retírese!
El conductor se dirigió hacia el final de la cola.
Pasadas las siete empezaron a llegar los trabajadores, quienes esperaban a un
lado de la puerta. A las ocho de la mañana uno de los obreros logró ver al
gerente en la cola. Este argumentó que no lo habían dejado entrar a su lugar de
trabajo. Él quería explicarle que si no lo dejaban entrar la gasolina no se iba
a distribuir, pero unos señores radicales no lo dejaron hablar.
*
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Vida”.
Viernes, 05-07-2019
Zordy Rivero, Cronista
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