miércoles, 10 de mayo de 2017

VIDA ESPIRITUAL

Servicio Desinteresado

A principios de siglo viví en Curbatí, parroquia de Ciudad Bolivia-Pedraza. De las muchas cosas buenas que experimenté en ese amplio territorio llanero, me llamó la atención un hecho que causaba euforia en la colectividad pedraceña una vez al año. Sí, una vez al año el alcalde Frenchy Díaz realizaba un acto público, donde regalaba motos, bicicletas, dinero y otros elementos motivadores a personas que tenían un desempeño extraordinario en la comunidad, ya fuera parteando mujeres en sus casas, limpiando las orillas de los ríos, ayudando a los discapacitados, etcétera. Después de las premiaciones muchos salían a celebrar, pero otros, sólo despotricaban y criticaba porque ellos o sus amigos no habían sido reconocidos por su labor.

A diario vemos en las calles a personas realizando una actividad en beneficio de una comunidad en particular, pero la mayoría lo hace para obtener un reconocimiento por su trabajo; es decir, lo que hacen no viene del corazón, sino de una personalidad ambiciosa, que necesita satisfacer su poderoso e insaciable ego.

Se cuenta que la madre Teresa de Calcuta se encontraba en una ocasión en la ciudad de Nueva York, y durante una mañana fue recibida en la planta baja de un edificio por un grupo de admiradores. En la parte superior del edificio, que estaba ocupada por oficinas de negocios, notaron esa mañana una alegría inexplicable, inusitada. El personal que allí laboraba empezó a ser más amable; se abrazaban y sonreían como si estuvieran invadidos por la felicidad, la dicha, la armonía… incluso hubo algunos que pidieron perdón por los daños causados a otros compañeros; hasta que alguien refirió que la madre Teresa de Calcuta se encontraba en la parte baja del edificio. La vibración de esta amada mujer era tan poderosa que cubría con su flama rosada de amor todo el edificio y sus alrededores. Ella representaba el ejemplo viviente de un servicio desinteresado.

Pero también existen en los hombres defectos que los afean y degradan, y uno de ellos es la mezquindad. En la calle de una barriada de un pueblo, de los muchos que abundan en el país, había un escape de agua potable que ya iba para varios meses sin que el gobierno se ocupara de él. Un día un vecino decidió reparar el tubo roto un mediodía candente, cuando el sol caía de plano sobre las calles. En ese momento el afectado directo se disponía a salir y al ver que había gente trabajando al frente de su casa, se echó hacia atrás, luego le dijo al hijo que le avisara cuando terminaran la reparación. En este caso vemos la deslealtad y falta de solidaridad de un hombre que es beneficiado por un favor o un buen acto humano, pero él es incapaz de reconocerlo. Ha podido acercarse a ayudar, o mandar a preparar un guarapo para aliviar el calor del momento, pero no, decidió esconderse. Afortunadamente estos casos son aislados, pues en la sociedad existen seres dignos de alabanzas como los ejemplos arriba mencionados.


Hace mucho tiempo me decía un paisano que no había necesidad de hacer mal y que el bien no era necesario. Yo lo corregí: Entendamos, dije, que la sociedad la sostienen el trabajo amoroso de hombres y mujeres, y hacer el bien es una necesidad apremiante en una época donde las prácticas de los valores reales se han visto medradas. Es decir, que para justificar nuestra corta estadía en la tierra debemos hacer el bien, y para obtener la tan cacareada salvación, debemos hacer el bien de manera desinteresada. Los dejo con una cita Bíblica de La Brújula Moral para un Viaje de la Vida: “Dejad brillar vuestra luz ante los hombres, para que puedan ver vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre en el Cielo”. (Mateo 5:16)

Val, 10-05-2017
Zordy Rivero

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