Servicio Desinteresado
A principios de siglo
viví en Curbatí, parroquia de Ciudad Bolivia-Pedraza. De las muchas cosas
buenas que experimenté en ese amplio territorio llanero, me llamó la atención
un hecho que causaba euforia en la colectividad pedraceña una vez al año. Sí, una
vez al año el alcalde Frenchy Díaz realizaba un acto público, donde regalaba
motos, bicicletas, dinero y otros elementos motivadores a personas que tenían
un desempeño extraordinario en la comunidad, ya fuera parteando mujeres en sus
casas, limpiando las orillas de los ríos, ayudando a los discapacitados, etcétera. Después
de las premiaciones muchos salían a celebrar, pero otros, sólo despotricaban y
criticaba porque ellos o sus amigos no habían sido reconocidos por su labor.
A diario vemos en las
calles a personas realizando una actividad en beneficio de una comunidad en
particular, pero la mayoría lo hace para obtener un reconocimiento por su
trabajo; es decir, lo que hacen no viene del corazón, sino de una personalidad
ambiciosa, que necesita satisfacer su poderoso e insaciable ego.
Se cuenta que la madre
Teresa de Calcuta se encontraba en una ocasión en la ciudad de Nueva York, y
durante una mañana fue recibida en la planta baja de un edificio por un grupo
de admiradores. En la parte superior del edificio, que estaba ocupada por
oficinas de negocios, notaron esa mañana una alegría inexplicable, inusitada.
El personal que allí laboraba empezó a ser más amable; se abrazaban y sonreían
como si estuvieran invadidos por la felicidad, la dicha, la armonía… incluso
hubo algunos que pidieron perdón por los daños causados a otros compañeros; hasta
que alguien refirió que la madre Teresa de Calcuta se encontraba en la parte
baja del edificio. La vibración de esta amada mujer era tan poderosa que cubría
con su flama rosada de amor todo el edificio y sus alrededores. Ella
representaba el ejemplo viviente de un servicio desinteresado.
Pero también existen en
los hombres defectos que los afean y degradan, y uno de ellos es la mezquindad.
En la calle de una barriada de un pueblo, de los muchos que abundan en el país,
había un escape de agua potable que ya iba para varios meses sin que el
gobierno se ocupara de él. Un día un vecino decidió reparar el tubo roto un
mediodía candente, cuando el sol caía de plano sobre las calles. En ese momento
el afectado directo se disponía a salir y al ver que había gente trabajando al
frente de su casa, se echó hacia atrás, luego le dijo al hijo que le avisara cuando
terminaran la reparación. En este caso vemos la deslealtad y falta de
solidaridad de un hombre que es beneficiado por un favor o un buen acto humano,
pero él es incapaz de reconocerlo. Ha podido acercarse a ayudar, o mandar a
preparar un guarapo para aliviar el calor del momento, pero no, decidió
esconderse. Afortunadamente estos casos son aislados, pues en la sociedad
existen seres dignos de alabanzas como los ejemplos arriba mencionados.
Hace mucho tiempo me
decía un paisano que no había necesidad de hacer mal y que el bien no era
necesario. Yo lo corregí: Entendamos,
dije, que la sociedad la sostienen el trabajo amoroso de hombres y mujeres, y
hacer el bien es una necesidad apremiante en una época donde las prácticas de
los valores reales se han visto medradas. Es decir, que para justificar nuestra
corta estadía en la tierra debemos hacer el bien, y para obtener la tan
cacareada salvación, debemos hacer el bien de manera desinteresada. Los
dejo con una cita Bíblica de La Brújula
Moral para un Viaje de la Vida: “Dejad brillar vuestra luz ante los
hombres, para que puedan ver vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro
Padre en el Cielo”. (Mateo 5:16)
Val, 10-05-2017
Zordy Rivero
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