El
recuerdo de Marcos Lucena siempre es grato a mi memoria. Lo conocí cuando yo tenía
unos seis años y él, para el momento, pasaba de los ochenta. Apenas recién
graduado ejercí la medicina en mi pueblo. Era el invierno de 1991. Un día
apareció don Marcos a mi consulta muy desmejorado de salud. Recientemente había
viajado a Valencia a verse con un médico Internista. Este le había indicado una
dieta muy estricta que lo estaba matando de hambre. Me dijo: “me prohibieron
comer carnes rojas, harinas, granos, mantequilla, frituras, refrescos, azúcar refinada…”.
Le indiqué que comiera todo lo que le habían quitado. Como se negaba a creerme
tuve que repetírselo varias veces y gritarle al oído: Coma todo lo que le venga en gana, pero no abuse. Entonces sí me
entendió. Le explique que en un pueblo como Arismendi era muy difícil hacer ese
tipo de dietas, a menos que tuviera dispuesto a morir de hambre. Si le ponen un plato de cochino frito, cómase
sólo tres presitas, que es lo que su cuerpo necesita, es decir, reduzca los
alimentos a su mínima cantidad. Si se comía un plato de espagueti con huevos,
ahora cómase la mitad.
Le
conté el cuento de los dos hermanos. Uno comía carne y el otro no, y se dio el
caso que murieron el mismo día. El diagnóstico del médico fue: ‘Uno murió
porque comía mucha carne y el otro porque no la comía’. Finalmente le dije a
don Marcos que moderara el consumo de café y el vicio del chimó.
El
paciente, con la nueva dieta, recuperó la salud en pocos días. Al año siguiente
me pidió permiso para visitar al internista, por sugerencia de la familia. Le
dije que lo podía hacer pero que al regresar me visitara para revisar el nuevo
tratamiento. También le recomendé que no le dijera a su médico de Valencia que
yo le había cambiado la dieta. Apenas regresó de la ciudad, me visitó. Me dijo
muy apesadumbrado: Le tengo una mala
noticia: El internista que me puso la dieta de no comer nada, murió. Lo
siento mucho -dije-. Seguramente él seguía la misma dieta que le impuso a
usted.
Don
Marcos Lucena murió a los 104 años, en Arismendi, agobiado por el peso y los
achaques de una edad avanzada. Pero hasta el día que dejó este mundo terrenal
no volvió a enfermar.
Zordy C. Rivero
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