Recuerdo que en la
década de los años 70 conocí en Arismendi un comerciante ya viejo y muy
peculiar, Eugenio Salazar. Comerciaba con gallinas, guineos y otras aves de
corral. Era conocido en campos y caseríos donde mantenía sus relaciones
comerciales. No sabía leer ni escribir y de allí sus deficiencias en el negocio
de compra-venta. Por lo regular compraba una gallina en una moneda de cinco
bolívares, llamada en esa época fuerte, luego
regresaba al pueblo donde la vendía en tres monedas de a un bolívar, y todavía
decía que se había ganado dos monedas. Algunos compradores honestos que trataban
de aclararle el asunto sólo se ganaban la desconfianza de Eugenio.
Y no es que la gente
común se aprovechara de la ignorancia del hombre, sino que muchas personas en
su ignorancia no entendían lo que sucedía. En una Venezuela donde el analfabetismo
en las zonas rurales era generalizado, no era de extrañar que surgieran personas
como el Guaco. Recuérdese que estamos
hablando de mediados de la década del siglo XX donde existían pocas escuelas,
repartidas en las cabeceras de municipio (distritos)
y algunas parroquias que no terminaban de definirse como tal. Hubo un pueblo
colonial que se edificó como una villa (San Jaime) y cuyo esplendor fue
conocido en todo el territorio Nacional, y de la noche a la mañana sólo quedó
como un caserío.
Las veces que tuve la
oportunidad de ver al Guaco fue en casa de mi madre y en la de nuestro vecino,
Heriberto Pinto. El color de su piel era de un amarillo pajizo, a causa de la
anemia que los iba consumiendo lenta pero irremisiblemente. El agente causal
era un parásito conocido como shistosoma mansoni, ancilostomas duodenales o
strongiloides estercolaris. Estos parásitos que se adhieren a las paredes del
intestino y chupan la sangre del individuo, no representan un peligro cuando
son pocos, pero cuando superan el centenar, aseguran una anemia y posterior
muerte irremediable. Así moría la gente en aquella época, de anemia crónica.
Cuando preguntaban sobre la muerte de un paisano, los familiares decían: se fue
poniendo pálido y delgado, con la presencia de algunos desmayos iniciales,
hasta que un día amaneció muerto en el chinchorro. Ahora existen tratamientos
efectivos que garantizan la erradicación total de esos bichitos peligros.
El nombre de Guaco se debía al parecido con el macho
de la guacamaya, ave pintoresca que abunda en los llanos tendidos de Arismendi.
El rostro del guacamayo con su nariz aguileña luce demacrado, en una fisionomía
saludable y vistosa.
Zordy Rivero
No hay comentarios:
Publicar un comentario