domingo, 27 de abril de 2014

LOS NEGOCIOS DEL GUACO

Recuerdo que en la década de los años 70 conocí en Arismendi un comerciante ya viejo y muy peculiar, Eugenio Salazar. Comerciaba con gallinas, guineos y otras aves de corral. Era conocido en campos y caseríos donde mantenía sus relaciones comerciales. No sabía leer ni escribir y de allí sus deficiencias en el negocio de compra-venta. Por lo regular compraba una gallina en una moneda de cinco bolívares, llamada en esa época fuerte, luego regresaba al pueblo donde la vendía en tres monedas de a un bolívar, y todavía decía que se había ganado dos monedas. Algunos compradores honestos que trataban de aclararle el asunto sólo se ganaban la desconfianza de Eugenio.

Y no es que la gente común se aprovechara de la ignorancia del hombre, sino que muchas personas en su ignorancia no entendían lo que sucedía. En una Venezuela donde el analfabetismo en las zonas rurales era generalizado, no era de extrañar que surgieran personas como el Guaco. Recuérdese que estamos hablando de mediados de la década del siglo XX donde existían pocas escuelas, repartidas en las cabeceras de municipio (distritos) y algunas parroquias que no terminaban de definirse como tal. Hubo un pueblo colonial que se edificó como una villa (San Jaime) y cuyo esplendor fue conocido en todo el territorio Nacional, y de la noche a la mañana sólo quedó como un caserío.

Las veces que tuve la oportunidad de ver al Guaco fue en casa de mi madre y en la de nuestro vecino, Heriberto Pinto. El color de su piel era de un amarillo pajizo, a causa de la anemia que los iba consumiendo lenta pero irremisiblemente. El agente causal era un parásito conocido como shistosoma mansoni, ancilostomas duodenales o strongiloides estercolaris. Estos parásitos que se adhieren a las paredes del intestino y chupan la sangre del individuo, no representan un peligro cuando son pocos, pero cuando superan el centenar, aseguran una anemia y posterior muerte irremediable. Así moría la gente en aquella época, de anemia crónica. Cuando preguntaban sobre la muerte de un paisano, los familiares decían: se fue poniendo pálido y delgado, con la presencia de algunos desmayos iniciales, hasta que un día amaneció muerto en el chinchorro. Ahora existen tratamientos efectivos que garantizan la erradicación total de esos bichitos peligros.

El nombre de Guaco se debía al parecido con el macho de la guacamaya, ave pintoresca que abunda en los llanos tendidos de Arismendi. El rostro del guacamayo con su nariz aguileña luce demacrado, en una fisionomía saludable y vistosa.


Zordy Rivero

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